Ella había sido siempre de té, por mucho que mi padre hubiera preferido aquel horroroso sabor amargo del café, y el amarilleo que se le quedaba en los dientes por tanto fumar y tomar café. Quién sabe, puede que en el fondo los dos quisieran parecer grandes seres misteriosos que no podían más que lo intentaran dar su cara al mundo, y enmascaraban su presencia con el humo que desprendían las tazas. Aunque ella siempre ha sido de té, y eso le daba un toque más místico.
- Deberías sentarte, Anaura - me dijo, tras darse cuenta que llevaba un buen rato mirándola desde el marco de la puerta.
Las conversaciones nunca habían sido nuestro fuerte, en realidad el fuerte de ninguno de nuestra familia. Cuando nos sentábamos todos a comer, en una especie extraña de celebración cada vez que tocaba navidad, año nuevo o cualquier cumpleaños (entre otras cosas porque mi padre nunca quiso hacer las míticas celebraciones, y le dábamos toques extranjeros, temporales y cromáticos) nadie hablaba. Había una especie de comunicación no verbal en la cual todos sonreíamos sin saber bien por qué y, mientras dejábamos limpio el plato, murmurábamos cosas como: "hoy el cielo está muy azul" (siendo noche), o "mañana lloverá temprano, como siempre, quizás caigan un par de gatos" y no sé, sigo sin saber bien por qué, todos nosotros reíamos, como si la vida no tuviera tiempo ni espacio y allí siempre estaba yo. Sonriendo. Como ahora mismo cuando mi madre me pedía que me sentara.
Abrió un libro, y como siempre, empezó un breve preámbulo mirándo de soslayo las pequeñas gaviotas que sobrevolaban la ciudad.
Cada día andan más perdidas murmuró
- Todo el mundo queremos un pequeño sitio para nosotros, ¿sabes? - me miró - todos queremos de alguna u otra forma huir de todo esto y escapar a un mundo maravilloso que nadie conozca, o que sólo lleguen a conocer unos pocos, - y me sonrió, como el confidente que va a contar una mentira - todos deseamos de alguna forma ser amos y señores de cualquier cosa, aunque no exista, ser únicos e importantes.
No parpadeaba. Muchas veces la había interrumpido, hace años, y me iba dando cuenta que cualquier cosa que dijera no tenía mucha importancia si no decía lo que exactamente tenía que decir, como si no pudiera haber fallos, como si esto no fuera más que un guión sin improvisación.
- Tu padre me ragaló - dubitó durante unos segundos - bueno, realmente nos regaló, un pequeño reino de papel, en donde yo y él eramos "Los señores del reino de papel"
Anaura, sin duda alguna.
ResponderEliminarGanas de leer el siguiente capítulo.
"mañana lloverá temprano, como siempre, quizás caigan un par de gatos"