Vivimos en aquel entonces una realidad que sólo podíamos aceptarla a toque de chupito en lo más profundo de nuestras almas. Corto y fuerte. Apenas nos daba tiempo a saborear las delicias del alcohol, de la reunión, del reír, del conversar y sólo nos centrábamos en eso, en el final. En la borrachera de nuestra vida.
Cuánto nos escandaliza el mundo que hemos creado. Desde la primera vez que dejamos correr una mala idea, porque muchos de nosotros lo habíamos hecho (dábamos por sentado que era lo correcto) no dejábamos de hacerlo simplemente porque nadie salvo nosotros mismos tenía razón. Y seguíamos, sin un atisbo de miedo por todo lo que podíamos hacer, por todo lo que queríamos beber, tan absortos en nuestra fuerza. Tan absortos en nuestra juventud.
Qué poco nos conocíamos.
Y seguimos borrachos muchos años después, claro, hay cosas que cuando se empiezan no se sabe bien cómo acabar, embelesados con las lides de un mundo corto, el mundo cercano que lo teníamos tan bien conocido.
¿Os imagináis que hubieramos parado entonces?.
Aquel hombre de repente alzó el chupito y se le quedó mirando. Dudó, miró a su alrededor: un hombre con la cabeza postrada en la barra mientras la camarera le echaba en la boca directamente desde la botella diferentes alcoholes. Dudó. No supo bien por qué pero dejó el chupito sobre la barra y en ese mismo instante envejeció, tantísimos años como pudo y no hubo más carreras, ni juventud, ni fuerza ni brevedad.
Aunque no tenía sentido.
Volvamos a reescribir esto:
Vivimos en aquel entonces nuestra única realidad. Porque nunca contamos nuestra historia como la hemos vivido.
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Cuánto nos escandaliza el mundo que hemos creado. Desde la primera vez que dejamos correr una mala idea, porque muchos de nosotros lo habíamos hecho (dábamos por sentado que era lo correcto) no dejábamos de hacerlo simplemente porque nadie salvo nosotros mismos tenía razón. Y seguíamos, sin un atisbo de miedo por todo lo que podíamos hacer, por todo lo que queríamos beber, tan absortos en nuestra fuerza. Tan absortos en nuestra juventud.
Qué poco nos conocíamos.
Y seguimos borrachos muchos años después, claro, hay cosas que cuando se empiezan no se sabe bien cómo acabar, embelesados con las lides de un mundo corto, el mundo cercano que lo teníamos tan bien conocido.
¿Os imagináis que hubieramos parado entonces?.
Aquel hombre de repente alzó el chupito y se le quedó mirando. Dudó, miró a su alrededor: un hombre con la cabeza postrada en la barra mientras la camarera le echaba en la boca directamente desde la botella diferentes alcoholes. Dudó. No supo bien por qué pero dejó el chupito sobre la barra y en ese mismo instante envejeció, tantísimos años como pudo y no hubo más carreras, ni juventud, ni fuerza ni brevedad.
Aunque no tenía sentido.
Volvamos a reescribir esto:
Vivimos en aquel entonces nuestra única realidad. Porque nunca contamos nuestra historia como la hemos vivido.