Ella quería ser vista.
Realmente, quería ser hermosa para los demás porque en el tiempo que había vivido consigo misma, la gente la había enseñado a odiarse. Y eso era lo único que había aprendido a hacer bien. Lo único que conseguía al final del día era odiarse cada día un poquito más, como el perro apaleado que busca la aprobación de los demás
Y por eso se cortaba, por eso llamaba la atención, por eso pedía a gritos que alguien la rescatase de esa mierda de prisión en donde se había metido, en una prisión que muchas veces ni sus amigos podían sacarla. Porque había conseguido tenerle miedo hasta de la propia realidad. Esa realidad que durante tantos años la había humillado
Pequeña princesa de porcelana.
Era increíble que hasta después de años de tortura física, de dejar de comer, de vomitar, de torturarse mental y físicamente, no la dejaran en paz. Que se siguieran metiendo con ella como si fuera la única forma de arreglarla. Como quien arregla una ventana a pedradas. Salvo que esta ventana daba a un patio sin luces, y una montaña de piedra a sus pies.
Si es que ella sólo quería ser vista.
Si es que ella sólo quería ser amada.