Diario de una historia

jueves, octubre 24, 2013

Anorexia. O cómo ser vista.

Ella quería ser vista.


Realmente, quería ser hermosa para los demás porque en el tiempo que había vivido consigo misma, la gente la había enseñado a odiarse. Y eso era lo único que había aprendido a hacer bien. Lo único que conseguía al final del día era odiarse cada día un poquito más, como el perro apaleado que busca la aprobación de los demás

Y por eso se cortaba, por eso llamaba la atención, por eso pedía a gritos que alguien la rescatase de esa mierda de prisión en donde se había metido, en una prisión que muchas veces ni sus amigos podían sacarla. Porque había conseguido tenerle miedo hasta de la propia realidad. Esa realidad que durante tantos años la había humillado

Pequeña princesa de porcelana.

Era increíble que hasta después de años de tortura física, de dejar de comer, de vomitar, de torturarse mental y físicamente, no la dejaran en paz. Que se siguieran metiendo con ella como si fuera la única forma de arreglarla. Como quien arregla una ventana a pedradas. Salvo que esta ventana daba a un patio sin luces, y una montaña de piedra a sus pies.

Si es que ella sólo quería ser vista.
Si es que ella sólo quería ser amada.

Simplemente porque ya no podía quererse más


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Lo malo de querer ser real



Durante algún tiempo he estado pensando qué está mal en mi. Quiero decir, qué pasa para que cientos y miles de personas pasen por aquí y no sean entretenidos por estas palabras, para que mi persona en prosa no sea lo suficientemente interesante para el resto.
Siempre he pensando que soy alguien digno de conocer, con el que hablar, tener una conversación, ya sea bien con tazas de té, cañas o café. Siempre he pensado que lo que pienso, lejos de ser la realidad absoluta, al menos es original y extrañamente interesante.
Pero quizás me equivoco.
Quizás haya algo malo en mi.
Navego por todas las páginas de internet en busca de algo que me diga:

Esto es lo que les mola, no hagas caso de lo demás

Pero no encuentro nada más que basura hipócrita donde cientos de personas se aúnan para sentirse más tranquilas. Más seguras. La realidad que está ahí fuera no es la que esperamos y, con ello, conseguimos cerrar nuestro cerco hasta reducirlo a una fantasía que ni de lejos se llegará a cumplir. Pero que nos hace estar seguros y tranquilos. Conseguimos creernos felices.

Pero qué les pasa a ese tipo de personas que no aceptan ser de un grupo en concreto, ¿cómo sobrellevar esa salada soledad? Cómo hacer de tu historia algo más... ¿cómo decirlo? fantástica, o al menos la fantasía que otros comparten.

Me encuentro yo, ante el ordenador, y tú, ante el ordenador, y me pregunto qué diablos estará pasando por tu cabeza. Y me pregunto si merece la pena venderse.
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Caminantes