Diario de una historia

sábado, enero 26, 2013

Decidió

Muchas veces se puso a pensar qué porqué diablos iba a seguir escribiendo cuando el mundo no quería hacerle caso. Se preguntaba a sí mismo si seguir en ese nuevo mundo que se había inventado, un mundo completamente imaginado. Un mundo falso. Un mundo que lo llamaba y que nunca quería hacer caso como hubiera debido hacer desde el principio.
Seguía desde afuera y ese era el problema. Que la inmensa mayoría de las historias terminaban en que el protagonista conseguía salir de su realidad por completo para internarse en esa nueva historia, en ese nuevo renacer para al fin, poder salir de ese presidio. De esa cárcel carnal.
Luego volvían, claro, el final tenía que ser moralista. Esta vida es la verdadera, es la que tienes que vivir, pero también es este el mal del escritor, esta es su enfermedad.
Sí, así se cura, escribiendo y leyendo, quizás por eso la gente dice que el ser artista no es de esta tierra, ni de este universo. Que por alguna extraña maravilla las leyes naturales no le afectan, o no quiere que le afecten, que termina siempre siendo así.
Decidió al final que realmente no era por necesidad animal de aceptación social por lo que escribía. Era por intentar encontrar un atisbo de luz onírica al final de su túnel, de ese túnel tan real, de ese odio principal.
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Libertad de expresión

Las cosas van jodidamente mal. En todos los sentidos. Las personas estamos empezando a sentir algo extraño en nuestro interior parecido a lo que llama pudrimiento. Pero no ese tipo de putrefacción en donde la carne apesta, los gusanos corroen y la gente huye despavorida. No, no. Hablo de ese tipo de putrefacción que va más allá de los límites naturales y roza la demencia a la cual la sociedad humana es la única capaz de alcanzar. Porque si bien miramos a nuestro alrededor, si las cosas fueran y siguieran el ritmo marcado, nada de esto pasaría, los leones no están locos, ni las arañas ni musarañas. Simplemente porque deben hacer lo que están predestinados a hacer.
¿Y qué pasa de las personas? ¿Qué fin divino nos tienen guardados los augurios? Sé que terminaremos siendo algo más que carne de cañón y que, posiblemente, la gente termine pasando de este tránsito en el que estamos como humanos medio cocidos, a una raza de la cual no nos de asco alardear.
Porque no, no somos lo mejor de este planeta, simplemente porque nuestra libertad nos quema, y no sabemos qué hacer con ella.
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Somos arte

¿Recordáis ese momento en el que nos sentimos arte? Cuando de alguna forma alguien nos mira y nos hace sentir especiales, terriblemente increíbles. Y apenas nos han mirado. Y ya con eso se van y nos dejan muy solos.
Sí, a eso me refiero, a cuando uno se siente poesía  un trazo marcado de un gran artista. Me refiero a cuando alguien dibuja una sonrisa en vuestro rostro y pensáis. Soy arte. Pero no de ese arte barato que inunda las salas en los museos, si no ese arte que te hace vibrar, el de los callejeros o el de los grandes maestros de antaño. Ese sucio y rastrero camino por el que tuvieron que pasar para conseguir ser quienes eran y poder hacer lo que hicieron.
Sentirte arte y salir corriendo porque tu alma así lo grita. Sentirte arte y llorar de emoción al sol de un nuevo día.
Lástima que esto no ocurra siempre, y que quizás, las veces que nos ocurre, una inmensa mayoría de personas no mira, no sonríe, no se siente importante y respondes con un asesino:
- Tú qué miras.

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Caminantes