Diario de una historia

domingo, junio 22, 2014

Sigo vivo

Todo en esta vida tiene una gracia que, como poco, es de lo más deliciosa posible. Quiero decir: hace unos años, (está claro que a mi me gusta el jazz, no sólo porque escriba y sea algo casi necesario para poder escribir, si no porque es de las pocas formas de expresión real, vivida, casi mágica, que tenemos hoy en día) sería impensable que disfrutara como lo estoy haciendo ahora, pensando seriamente en quedarme escuchando esas 6 horas que citaba el título del video.

6 Hour Jazz Music Mix by JaBig

Quién coño sería ese tal JaBig, seguramente un negro. Quién si no, ¿Un Woody Allen? Por favor...
Tiene gracia, quiero decir, que después de todos estos años una vez muerto mi padre me pusiera a pensar, o mejor dicho, a degustar todas las palabras que me dijo él en su debido momento. En la forma de escribir que me aconsejaba, en cómo debía escucharle porque él sabía mucho más que yo. Dios... cuánto aprendí de él, y qué poco caso le hice entonces.

Quizás me haga falta tener un poco más de esperanza en que no fui ese hijo perdido, esa decepción de hombre, como a él tanto le agradaba decirme. Pero le perdono, él pensaba suicidarse y yo lo único que quería era salir de la cárcel en la que se había convertido nuestra relación.

Y joder, qué gusto da decir las cosas sin meter tanta pollada poética, y digo pollada porque a estas alturas de mi vida la poesía se ha quedado demasiado abajo, donde la tierra parece aún florecer y no hace tanto frío, aunque estemos en las nubes.

Sí, estaría estas seis horas de Jazz quejándome sobre lo dura y amarga que ha sido mi vida si no fuera porque eso, como ya dije, se lo dejo a los poetas, porque no soy un Bukowski, ni pretendo parecerlo.

Se podría decir que soy un escritor que ha dejado de perseguir la fama.

A quién cojones pretendo mentir, sólo los muertos, los que importan de verdad, los que aún joden en sus esquinas frías y húmedas, no pretenden perseguir la fama, un atisbo, una miaja, un remanzo de reconocimiento, de amor, de calor.

Yo aún no estoy muerto, por mucho que pretenda parecerlo.
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A nadie le interesan los Domingos

Oh Dios...
Siempre pensé que debería haberme callado esos lunes por la mañana, cuando aún llevaba la resaca del exceso de tanta soledad. Los benditos Domingos y su sinceridad.
... en el fondo estamos tan solos.
En el fondo debería haber encontrado algo más que posos, que un grano de café mal prensado, mal hecho, con prisa, en el fondo de la taza. Porque siempre que iba ahí ese maldito barman tenía la misma cara de puta que todos los malditos lunes. Quizás era como yo, otro personaje cabreado con la vida que lo pagaba con cualquiera que llegara.
¿Pero por qué con el café?
Por Dios, con el café no.
Aunque... en el fondo, a nadie le importa, ¿no? Nadie hasta entonces, de todas esas cientos de personas le importaba lo más mínimo si su café estaba bien molido, si la tolva tenía exceso o no de humedad y las fresas seguían limpias, o algún que otro disgusto intragable había visto terminar sus días ahí. A nadie le importaba si la temperatura era la adecuada, a fin de cuentas era lo esperable de una máquina de hacer cafés, del precio y del local que, cómo no, estaba jodidamente bien puesto en este pueblo donde cada madre era familia de cada buen pastor.
A nadie le importaba, joder, y a eso me refiero. Era un jodido lunes de mierda donde no había ni una sola alma empapada de Domingo, porque no había Domingos para ellos, sólo Sábados y domingos, y una larga semana, como si se tratara de un día larguísimo en donde lo único que había que hacer era llegar al final, arañando la superficie de una felicidad efímera.

Oh Dios... pensé. A nadie le interesa el Café.
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Caminantes