Se había despertado como cada mañana para preparase el desayuno, aunque esta mañana se sentía algo raro, algo distante de lo que le rodeaba. Aun así como siempre el café humeante ya estaba alado del periódico (aunque éste fuera de ayer) y el humo del cigarrillo acariciaba cada célula de su cuerpo. Era extraño que esta vez el periódico no dijera nada, como si no entendiera bien qué decían los titulares, o los pies de página. Ni si quiera los chistes tenían algo que enseñar.
Era un hombre sin preocupaciones así que dejó de un lado el periódico y se dedicó a observar los pequeños copos de nieve que caían hasta la ciudad desde la terraza en donde estaba sentado. Aunque no veía la ciudad, la veía como si se perdiera en una extraña niebla, demasiado densa para ser real. Se acomodó en la silla.
Se empezó a sentir extraño. Nunca le había pasado este tipo de cosas pero le aterraba la posibilidad de quedarse ciego. Era escritor de novela negra y se había pasado toda su vida leyendo.
- Menuda tontería
Al poco se dio de bruces contra el marco de la puerta e intentó incorporarse desde el suelo. No, el marco no estaba ahí. Y efectivamente, el marco ya no estaba ahí, porque tampoco podía verlo ya. Una densa niebla, al igual que con la ciudad, había ido cubriendo todas las habitaciones hasta dejarlo completamente sumido en un silencio dantesco.
Un miedo muy humano recorrió su espalda y se sintió como en una de sus novelas. Quién sería el que está ahí detrás, planeando todo esto. Se giró y se dio cuenta que la nieve seguía cayendo, y veía las rosas que tenía en el terraza, colgadas de la balaustrada, pero nada más.
Se fue guiando por la casa hasta entrar en el baño, ahí también aquella densa niebla se había adueñado de todo menos del espejo, que por casualidades del destino, estaba completamente limpio y nítido. Se puso delante de él.
Se suponía que tenía que estar delante de él.
Alguien tenía que reflejarse, pero no había más que un extraño sin sonrisa, sin ojos, sin nada que le delatara. Y fue cuando se acordó de aquel hombrecillo en el café de la esquina, de aquello que le dijo.
"Te levantarás un día y te darás cuenta de que ya no estás ahí"
- Y todo lo que te rodeaba dejará de ser tuyo - susurró él, para si, para sentirse aun vivo.
Tan acostumbrado estaba a la vida que ya no tenía sentido. Intentó sentarse en algún sitio, palpando cada esquina y cada pared. Sí, aquí estaba el suelo. La oscuridad de la niebla se volvía más densa. Había perdido el sentido de la vida. ¿Y ahora?
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Era un hombre sin preocupaciones así que dejó de un lado el periódico y se dedicó a observar los pequeños copos de nieve que caían hasta la ciudad desde la terraza en donde estaba sentado. Aunque no veía la ciudad, la veía como si se perdiera en una extraña niebla, demasiado densa para ser real. Se acomodó en la silla.
Se empezó a sentir extraño. Nunca le había pasado este tipo de cosas pero le aterraba la posibilidad de quedarse ciego. Era escritor de novela negra y se había pasado toda su vida leyendo.
- Menuda tontería
Al poco se dio de bruces contra el marco de la puerta e intentó incorporarse desde el suelo. No, el marco no estaba ahí. Y efectivamente, el marco ya no estaba ahí, porque tampoco podía verlo ya. Una densa niebla, al igual que con la ciudad, había ido cubriendo todas las habitaciones hasta dejarlo completamente sumido en un silencio dantesco.
Un miedo muy humano recorrió su espalda y se sintió como en una de sus novelas. Quién sería el que está ahí detrás, planeando todo esto. Se giró y se dio cuenta que la nieve seguía cayendo, y veía las rosas que tenía en el terraza, colgadas de la balaustrada, pero nada más.
Se fue guiando por la casa hasta entrar en el baño, ahí también aquella densa niebla se había adueñado de todo menos del espejo, que por casualidades del destino, estaba completamente limpio y nítido. Se puso delante de él.
Se suponía que tenía que estar delante de él.
Alguien tenía que reflejarse, pero no había más que un extraño sin sonrisa, sin ojos, sin nada que le delatara. Y fue cuando se acordó de aquel hombrecillo en el café de la esquina, de aquello que le dijo.
"Te levantarás un día y te darás cuenta de que ya no estás ahí"
- Y todo lo que te rodeaba dejará de ser tuyo - susurró él, para si, para sentirse aun vivo.
Tan acostumbrado estaba a la vida que ya no tenía sentido. Intentó sentarse en algún sitio, palpando cada esquina y cada pared. Sí, aquí estaba el suelo. La oscuridad de la niebla se volvía más densa. Había perdido el sentido de la vida. ¿Y ahora?