La
pantalla del portátil parpadeaba sobre la mesa. Estaba mirando su
orla de instituto, o mejor dicho, la de sus compañeros. Aun no
entendía muy bien por qué no estaba ahí su foto, por qué no
aparecía la huella que había dejado durante los años en esa parte
tan importante de su vida.
El
cursor seguía con su forma de lupa y el mundo seguía su causa.
Nadie recordaría que una vez un tal joven estuvo estudiando ahí. No
había dejado huella.
Se
separó del ordenador durante unos
instantes y se puso a pensar sobre lo que estaba pasando. No quería
otra vez una sesión de auto-filosofía
en donde el único que salía mal parado era él. Así que intentó
calmarse y salió a la terraza a fumar un cigarrillo.
Nadie
de todos los que vivían en aquellos otros edificios que le rodeaban
sabía de su presencia, de su existencia, muchísimo
menos de su historia. Ahora mismo, realmente, ellos sabían de él
tanto como él de ellos. Y tan pegados que estaban, que era doloroso
saber que nunca estarían más cerca. Por unos estúpidos prejuicios.
Bien,
el tabaco no hizo su papel. Y mucho menos la calma y el aire fresco
de media noche. Sabía que si seguía pensando tal como lo había
hecho un verano antes, terminaría con un piscólogo que lo único
que haría sería indagar en el pasado de una mala relación
paterno-filial. Como si no lo supiera.
Quizás
era hora de caminar.
Lo
de que no hubiera una foto en la orla era algo que realmente le
molestaba, no por el hecho de que nadie que tuviera esa orla en su
casa, no viera ni llegara a ver su foto. No. Simplemente era el saber
que durante un segundo, pudo haber escogido poner la foto, que
alguien le recordara, y no lo quiso. Eso ha sido lo que le ha
molestado. Que no quisiera
ser recordado.