Images

Sociedad actual

Somos idiotas. Muy idiotas. Componemos una sociedad que se sacrifica como individuo para poder vivir feliz en colectividad.
Necesitamos como sea poder descargar la mala ostia de vivir en colectividad con mil otras actividades buscando paz: escalando una montaña, leyendo, buscando el silencio hasta en la misma oración hacia Dios. Vivimos en constantes vaivenes, viajes entre extremos y es entonces cuando nos  preguntan que por qué nos deprimimos, por qué no nos gustan nuestros cuerpos, ni nuestras ideas. JODER. Es que es normal que no nos guste nada de eso, estamos perdidísimos y nuestro cerebro sólo busca una catarsis, algo a lo que agarrarse entre tanto maremoto. No entiendo cómo nadie se da cuenta de lo horrible que es cuando alguien supuesto como un igual te degrade. Te insulte. Te haga sentir inferior. No entiendo como algo tan sencillo pase desapercibido durante años.

Y eso que al final, todo termina en una liberación pobre. Un amor de lo que sea: de verano, largo o autodestructivo. Da igual. Buscamos con añoranza ese amor que no recibimos de nuestros padres cuando éramos pequeños. Buscamos fuera todo lo que deberíamos tener dentro. Y luego se rompe, y tú te rompes. Y odias y hablas mal, y te metes con la gente porque estás lleno de odio por toda la mierda que te ha pasado.
Y aquí es cuando te ríes, cuando en ese momento otra persona que está en tu misma cadena vital, pero en otro eslabón, te mira mal. Mira esta niña estúpida, con ese cuerpazo, guapa de cojones queriendo llamar la atención, que la mimen, que la quieran. Una buena polla es lo que necesitaría para que se le pasase la tontería.
Y nos volvemos fríos y, ¿Qué raro, verdad? Y está bien, no vuelvo a pedir calor, ni un abrazo, ni una mano ni una mirada de compasión. Está bien. Me quedo aquí en lo oscuro escupiendo mi sombra porque no merezco nada más.

Odiándome cada día un poquito más sin saber por qué.
Foto de Mike Dowson

Images

Gi

Aún jugueteaba con la copa de cerveza mientras los demás seguían charlando. El ambiente estaba cargado con todos los puros que se habían regalado en la boda y el olor a vino caro. Borrachos la mayoría dejaban que sus ojos se hundieran como náufragos en los pechos que parecían escapar de todos los vestidos bonitos. Dejaban a los niños corriendo por cualquier sitio, recogiendo las cosas caídas y siendo libres como ellos sólo saben ser. Dos o tres se ensarzaron en una pelea por ver quién tenía razón de vete tú a saber qué. Los padres, al fondo, gritaron sus nombres y siguieron bebiendo, fumando y charlando.
Me miré las piernas. Eran bonitas, las volví a acariciar con disimulo mientras recordaba cómo hace pocos minutos unas manos firmes me las habían estado recorriendo. Los muslos aún temblaban recordando su tacto, su rápido jugueteo. Se me erizó la piel al sentir de nuevo sus dedos en la fina tela de las braguitas blancas que me había comprado para esta ocasión. Juro que mi intención era la más casta y pura. Yo sólo venía porque me habían invitado. Tenía demasiadas cosas que hacer como para ir a celebraciones de este estilo. Aunque en ese momento, me las podría haber quitado, podría haberlas arrancado de cuajo y podría haber arrastrado esa barba tan bonita suya hasta ahí. Lástima que la cosa no terminara como me hubiese gustado.
Ni siquiera sabía quién era la novia.
Sé que mientras jugueteaba con mis muslos intentó hablarme de ella, de la novia. Había dicho que era guapa, algo mandona pero buena mujer. Que se habían hecho muy buenos amigos pero que ya está, que él creía que se podrían hacer más cosas, que si se casasen el problema terminaría. Pero que no, que no podía vivir con ello.
- Somos una mierda en el sexo - me lo dijo al oído. Casi llorando, a medio grito.
Y no supe qué hacer. Me encontraba con el novio de la boda agarrandome las bragas. A un espasmo de arrancármelas, tirarme encima de la mesa y follarme hasta morir. Pero en cambio le tenía medio llorando en mi hombro, jodidamente perdido buscando algo dentro de mi que no iba a encontrar.
Me deshice como pude de sus manos y se las acerqué al cubata que estaba bebiendo.
- Es lo mejor que puedo darte - le dije amablemente.
- El alcohol nunca nos ha servido - repuso él
- No seas tonto. Es el frío del hielo lo que debería templarte.
Y me levanté lo mejor que pude. Me recoloqué las bragas y sentí que ya no podía hacer más en ese antro de mentiras.
También podría haberle dejado mi corazón, pensé, mientras esbozaba una sonrisa raída.
Llegué como pude hasta mi mesa pensando en todas las cosas que me habían pasado desde que mi hermana había muerto. En cómo había cambiado mi vida y cómo hace unos años le hubiera hundido la nariz a ese engreído si apenas me hubiera tocado. Y en cambio estaba aquí, jugueteando con mi cerveza.
Images

Sobre la verdad

Vivimos en aquel entonces una realidad que sólo podíamos aceptarla a toque de chupito en lo más profundo de nuestras almas. Corto y fuerte. Apenas nos daba tiempo a saborear las delicias del alcohol, de la reunión, del reír, del conversar y sólo nos centrábamos en eso, en el final. En la borrachera de nuestra vida.
Cuánto nos escandaliza el mundo que hemos creado. Desde la primera vez que dejamos correr una mala idea, porque muchos de nosotros lo habíamos hecho (dábamos por sentado que era lo correcto) no dejábamos de hacerlo simplemente porque nadie salvo nosotros mismos tenía razón. Y seguíamos, sin un atisbo de miedo por todo lo que podíamos hacer, por todo lo que queríamos beber, tan absortos en nuestra fuerza. Tan absortos en nuestra juventud.
Qué poco nos conocíamos.
Y seguimos borrachos muchos años después, claro, hay cosas que cuando se empiezan no se sabe bien cómo acabar, embelesados con las lides de un mundo corto, el mundo cercano que lo teníamos tan bien conocido.
¿Os imagináis que hubieramos parado entonces?.
Aquel hombre de repente alzó el chupito y se le quedó mirando. Dudó, miró a su alrededor: un hombre con la cabeza postrada en la barra mientras la camarera le echaba en la boca directamente desde la botella diferentes alcoholes. Dudó. No supo bien por qué pero dejó el chupito sobre la barra y en ese mismo instante envejeció, tantísimos años como pudo y no hubo más carreras, ni juventud, ni fuerza ni brevedad.
Aunque no tenía sentido.
Volvamos a reescribir esto:

Vivimos en aquel entonces nuestra única realidad. Porque nunca contamos nuestra historia como la hemos vivido.