Diario de una historia

miércoles, agosto 24, 2011

Atardecer

Tengo miedo de volver a gritar. Esta mañana me di cuenta que estaba a oscuras y decidir pasar así todo el día. Tengo miedo de volver a gritar y sentir que el aire me falla en los pulmones y no puedo respirar. Que simplemente grito sin saber dónde estoy. Esta mañana los cristales no dejaron pasar la luz, ni las nubes, ni los edificios llegaron a mi retina. No quise creérmelo y ahora estoy aquí escribiendo sin luz, con los ojos cerrados. No quiero abrir los ojos y darme cuenta que sigo en una realidad que no me gusta.
Nunca me había pasado esto. Antes podía ver las cosas y transfigurarlas, pero ahora en la realidad oscura en la que me sumerjo, ¿quién soy?
Puedo haber muerto y no me enteraría de nada, simplemente porque no tengo casi constancia de mi mismo. Podría estar muriéndome. Por eso sueño que escribo, por eso sueño que vivo. Porque quiero aferrarme a esa ilusión.
Es el primer día que no veré el atardecer. Abro los ojos y ahí está. Esa maldita oscuridad que se va aclarando poco a poco.
Me gusta como sabe, me gusta como huele. Me encanta. Acabo de nacer de nuevo

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Mujeres

Me pregunto en mi agonía, qué habrá sido de todas aquellas mujeres a las que deseé con fervor y nunca pude saborear con mis labios como hubiera querido. Me pregunto qué habrá pasado con sus cuerpos y sus mentes. Si habrán alcanzado nuevos estratos y si por algún atisbo benévolo habrán pensando en mi como lo hago yo ahora. Simplemente como un si condicional sin sentido. Me gustaría verlas una vez mas para enamorarme de ellas de nuevo, para sentirlas en el pensamiento como mías y vivir mil aventuras con ellas, con cada una sin mediar en gastos mentales. Despertarme durante una temporada lo justo para poder comer, beber y regresar corriendo al cálido trono de mi cama. Volver a besarlas a todas en distintas épocas de mi vida, en distintos entornos y con cientos de personas nuevas. Niños, cáncer, el sexo, el amor (casi tan nocivo como el cáncer), y las caricias interminables a media noche, con la luna, las estrellas y unas cuantas copas de más. Seguiría haciendo esto sin descansar porque tanto me gusta soñar.
Pero, me pregunto si mi mente tendrá consciencia de los echos y no sabrá que ésto sólo le llevará a su propia destrucción. No sé si podré soportar cómo poco a poco me voy muriendo y sigo esperando con los ojos abiertos a que llegue. Cómo sigo soñando cada vez que escribo y rememoro toda mi vida. Larga vida para los pocos años que he tenido. Quizás la más larga vida jamás contada si hubiera vivido lo que escribí y lo que me escribieron las personas a las que leí.
Me pregunto también qué será de mis castillos, de mis inexpugnables fortalezas de cristal que se salvaguardaban de la tormenta lunática de la vida, del amor, del odio, del ser humano y de Dios. Me pregunto qué habrá sido de mi Dios. Si seguirá deambulando entre mis neuronas o, como yo, se está muriendo.
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Caminantes