Diario de una historia

domingo, junio 12, 2016

Ian

Me he adentrado por completo en ese mundo raro que llaman los adultos como propio. El mundo real que tantas veces nos repitieron de pequeños hasta quemarnos los oídos. Vete tú a saber si lo habían hecho tantas veces por ese celo insano que les corroía al pensar que nunca podrían disfrutar de nuestro tiempo plácido de cuando somos niños. O vete tú a saber si después de tanto tiempo lo único que queda es un vacío lleno de odio. Lo único que escupes es odio, lo único que tragas es odio.
Y es curioso porque al adentrarme me he visto desaparecer poco a poco y convertirme en un engranaje más, viejo y usado que va rambleando con el rumbo siempre fijo. Todas las malditas mañanas a la misma hora tienes, no, debes levantarte para ir a trabajar con todo lo que ello repercute, con todo lo que había temido viendo las películas que había visto. "Yo nunca seré como ellos" "Yo siempre seré un rebelde"
Pero al final terminas aceptando que no hay otra salida fácil. Que tu tiempo de disfrutar las cosas a tu manera ya se acabó y que todo eso que te fuiste inventando con el tiempo se quedó en eso. Pura invención. Qué triste y trágico destino nos separa de la invención.
Y al rato te estremces. Y sabes que no es por el frío porque tienes una buena calefacción en casa, ni pasas hambre ni sientes tristeza porque todo en tu vida va por primera vez sin problemas.
Todo está en un perfecto equilibrio.
Pero te das cuenta que ya no eres especial. Que todo ese brillo que habías tenido desde hacía años y que te convertía en una persona diferente se ha ido difuminando cada vez más, y más. Te notas más gordo, más cansado. Con menos ganas de aguantar a nadie y te preguntas qué tan largo se va a hacer la vida si apenas eres un chaval para casi todos. Menos para ti.
Para ti estás acabado.
Por eso no sirve de nada levantarte e irte a correr, a pensar en otras cosas. Por eso el cine pierde sentido y las cenas en restaurantes caros. Los libros se te vuelven repetitivos, al igual que el aire que respiras. Pero de la misma mierda en la que te sumerges día a día con tus propios pensamientos renace algo parecido al amor. Renace cada día que le ves sonreir tirado en la cama, sin apenas saber hablar, en pañales y con la dentadura vacía; apenas una tímida lengua juguetea con el idioma. Claro que le sonríes. Le sonríes porque tu vida ha perdido la razón lógica que tenía antes para renacer con una nueva.
Y él te mira como todo.

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Caminantes