Diario de una historia

lunes, agosto 22, 2011

No sé bien qué hora es.

Me gustaría saberlo e intentar huir de esta celosía de pensamiento que me oprimen, que me corróen con el miedo injusto, con el pensamiento descortés y egoísta de no saber cuándo moriré. Pero no puedo conocer ni el  momento ni el lugar puesto que juré no dar mi brazo a torcer cuanto el tiempo y espacio, contra el esperpento de la vida. Dichoso tiempo, también a mi me gustaría conocer dónde, en qué antro sombrío dejaste mis labios pegados a un bourbon barato; de cuántos labios fue bebido y cuántas resacas mal sabidas me dejó. Me gustaría pensar que no fui el único tirado en un portal mirando la luna, ebrio del gran vacío y con un amargo sabor de boca.
¿Y el silencio? Aquel jodido cerdo que me ha robado - Y aún lo sigue haciendo - las palabras que hubiera querido decirte. Me gustaría que te contara todo pero que no es así.
El miedo es de cobardes si no sabes enfrentarlo y la suerte no es para cualquiera. Me gustaría besarte, claro que me gustaría, pero como siempre ya va siendo tarde.
Puta ceguera - creo que nunca te conté - está devorando las ganas que tengo de vivir, hasta incluso las ganas que tengo de ti. Es una lástima tener que decirlo, pero ya casi no veo nada y me estoy dejando la luz en este papel. Ya casi no hay luz y las ventanas están abiertas. Me pregunto qué hora es.
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Las ratas del Mundo

- En este mundo no somos más que miles de ratas pululando y fornicando continuamente. Y tú, por mucho que quieras elevarnos a estratos superiores. Has de saber que estará llena de ratas; sucias, asquerosas y humanas ratas.
- Y la plaga más demoledora no serán ni las cigalas, ni las cucarachas ni las grandes pestes. Seremos nosotros mismos y para cuando nos demos cuenta, será demasiado tarde.
- ¿Es tuyo?
- No, es de una secta satánica
- Parece religiosa
- En el fondo es lo mismo, la misma mierda, las mismas ratas. ¿No?
Sonrió con ganas. Con un brillo extraño en su mirada como si odiara que le dejaran sin palabras, pero que adorase ver que alguien le hacía caso.
- Me tengo que ir, Miguel
- Miguel Angel - me recordó- recuerda que soy un ángel
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Caminantes