Era una sensación extraña, como el ala leve del leve abanico de ese poema tan resabido que a duras penas sobrevivía en la memoria. Era como cuando recuerdas que sigues vivo porque amas a alguien que no eres tú y parece que tu existencia ha cobrado sentido. Pero no era amor, ni tampoco poesía.
Y por eso era una sensación extraña, porque había conseguido desbaratar el lomo y las hojas de mi propia enciclopedia. Por lo que... qué nombre podría darle?
Quizás no necesitaba ni un nombre, ni un color ni un sabor. Y su mera existencía era suficiente para darle sentido.
Quizás se había convertido en una persona, pero nadie lo sabía porque andaba sola.
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Y por eso era una sensación extraña, porque había conseguido desbaratar el lomo y las hojas de mi propia enciclopedia. Por lo que... qué nombre podría darle?
Quizás no necesitaba ni un nombre, ni un color ni un sabor. Y su mera existencía era suficiente para darle sentido.
Quizás se había convertido en una persona, pero nadie lo sabía porque andaba sola.