Diario de una historia

domingo, junio 01, 2014

Los pasajeros del tiempo

El otro día pensé que no duraría mucho más allá de los cuarenta años. Que todas estas veces que uno intenta comprender un poco más de qué materia extraña están compuestas las estrellas, esas deliciosas imágenes que tenemos de enormes bolas de fuego en medio de un vacío frío e insensible, se te hace todo cuesta arriba.
El otro día deambulé entre la deliciosa posibilidad de desaparecer de la vida, de morir, de suicidarse. Y, aunque siempre lo había visto desde un punto de negativo, hay veces en las que realmente no quisiera seguir adelante. Porque los pasos son demasiado pequeños para el largo camino que pienso hacer.
Dios. Realmente cuesta mucho levantarse y pensar que todas las cosas que haces realmente no sirven para nada. Que todos aquellos a los que intentas ayudar no van a cambiar, no como tú quieres que sean. Y ese es el problema. Que tú quieres que el resto de las personas sean de otra forma aunque sabes perfectamente que cada uno es y debe ser como él mismo quiera.
Y por eso mismo dejo de escribir, y de leer, y de hacer fotografías. Por eso mismo busco razones de mi apatía en personas, en hechos, en la sociedad, en aquello y aquello otro. Sin saber muy bien por qué mi mente funcionaba así. Y ahí estaba esa gran palabra: MIEDO.
A triunfar, a perder, a ganar, a luchar sin recompensa. Miedo a todas las cosas que conozco y voy conociendo cada día más. Miedo a todo lo que no puedo hacer.
Y realmente... es tan difícil huir de lo que piensen los demás, de pasar de todas esas cosas que piensas que te pueden decir, que todo realmente queda en la cabeza, en tu imaginación, en el miedo del "qué dirán".
Y realmente nos jode. Y mucho.
Quizá porque siempre he estado más por los demás que por mi mismo.
Quizá porque no me doy por vencido. Porque quiero luchar por alguien, para tener fuerzas y luchar por mi mismo.


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Caminantes