¿Recordáis ese momento en el que nos sentimos arte? Cuando de alguna forma alguien nos mira y nos hace sentir especiales, terriblemente increíbles. Y apenas nos han mirado. Y ya con eso se van y nos dejan muy solos.
Sí, a eso me refiero, a cuando uno se siente poesía un trazo marcado de un gran artista. Me refiero a cuando alguien dibuja una sonrisa en vuestro rostro y pensáis. Soy arte. Pero no de ese arte barato que inunda las salas en los museos, si no ese arte que te hace vibrar, el de los callejeros o el de los grandes maestros de antaño. Ese sucio y rastrero camino por el que tuvieron que pasar para conseguir ser quienes eran y poder hacer lo que hicieron.
Sentirte arte y salir corriendo porque tu alma así lo grita. Sentirte arte y llorar de emoción al sol de un nuevo día.
Lástima que esto no ocurra siempre, y que quizás, las veces que nos ocurre, una inmensa mayoría de personas no mira, no sonríe, no se siente importante y respondes con un asesino:
- Tú qué miras.
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Una historia más, un recuerdo más