Las cosas van jodidamente mal. En todos los sentidos. Las personas estamos empezando a sentir algo extraño en nuestro interior parecido a lo que llama pudrimiento. Pero no ese tipo de putrefacción en donde la carne apesta, los gusanos corroen y la gente huye despavorida. No, no. Hablo de ese tipo de putrefacción que va más allá de los límites naturales y roza la demencia a la cual la sociedad humana es la única capaz de alcanzar. Porque si bien miramos a nuestro alrededor, si las cosas fueran y siguieran el ritmo marcado, nada de esto pasaría, los leones no están locos, ni las arañas ni musarañas. Simplemente porque deben hacer lo que están predestinados a hacer.
¿Y qué pasa de las personas? ¿Qué fin divino nos tienen guardados los augurios? Sé que terminaremos siendo algo más que carne de cañón y que, posiblemente, la gente termine pasando de este tránsito en el que estamos como humanos medio cocidos, a una raza de la cual no nos de asco alardear.
Porque no, no somos lo mejor de este planeta, simplemente porque nuestra libertad nos quema, y no sabemos qué hacer con ella.
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