Y aquel hombre seguía repitiendo las mismas cosas todos los días. Primero, se levantaba cuando el sol estaba ya alto, más arriba incluso que a medio día. Luego poco a poco se iba acercando al espejo del cuarto de baño en busca de una nueva cara que le diera esperanzas para seguir creyendo. Las paredes malsanas del fondo del armario revelaban demasiadas marcas de sangre, demasiada autoestima rota en pequeñas gotas de lenta agonía. Que ironía. Hasta el sufrir era lento cuando no tenías compañía.
Aquel hombre seguía andando por las escaleras pensando que su vida podría mejorar en cualquier instante, que sería alguien mejor que podría llegar a tener un trabajo, unos buenos estudios y un gran estatus social. Rodeado de buenos amigos, una familia perfecta y una novia que la quisiera. Aunque siempre que lo pensaba se le iba la imaginación a cualquier telenovela americana que veía por las tardes, en los chistes baratos de finales de luz de otoño, y de las noches marchitas en la madrugada. Todos los días igual. Todos los días manteniendo una mentira.
"Siempre fue más fácil mantener la prosa que la poesía"
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Una historia más, un recuerdo más