Diario de una historia

sábado, agosto 10, 2013

El otoño se perdió

Durante muchos años había permitido que viniera tarde del trabajo y se acostara a su lado sin mediar palabra; aunque supiera que seguía despierto, aunque se notara que la cama aún seguía fría y su respiración no era pausada. Había permitido durante todos estos años a que ella le diera un par de besos al irse de nuevo, por la mañana, como quien acaricia 64 Kg de hormigón armado.

Qué áspero era su aliento a café.

Él seguía adelante con su vida normal, la vida monótona y descortés de un parado que no podía hacer más que esperar que pasaran rápido esos quince años para empezar a cobrar la pensión. El desánimo de cientos de euros gastados en currículums, las piernas cansadas por patearse todos los días la ciudad en busca de un mísero trabajo, el trato favorable a un cuerpo joven y a una bonita cara le tenía hastíado. Le tenía como un loco lobotomizado que no hacía más que arrastrar su cuerpo por la cocina limpiando lo mejor que podía, regando las plantas de un bonito chalet, que cada día que pasaba parecía menos suyo. Había un gato que le hacía compañía siempre a las 11:33 de la mañana. Seguramente era suizo.
La casa estaba limpia y el sol pegaba de lleno sobre las flores. Todo parecía estar en calma, y se permitía un momento de paz, se permitía recordar los buenos tiempos en los que ella estaba en casa, en donde los dos se veían a diario y ninguno se angustiaba por el otro, ni por el tiempo venidero, ni por la crisis que azotaba cada día con puño de violenta realidad.
La luz daba paso gentilmente a la noche, las cosas parecían no cambiar, como si realmente estuvieran de acuerdo en que ese tiempo estaba bien Y como si fueran pequeños animalillos, se oían los coches de todos los vecinos regresando a sus lujosos chalets. Los perros ladraban, las madres se alegraban y reían junto a sus hijos.
Pero él no, él seguía esperando. No había risas entonces, apenas una mueca de cortesía sarcástica.
Aquel gato suizo le miraba desde la maleza sin salir a la luz. Sólo quería comida y bienestar, tenía suficiente compañía consigo mismo.

Dios, cómo envidiaba a ese gato.

Como siempre, se iba al sofá; no tenía sueño, o quizás, mejor dicho, no tenía ganas de dormir. Las manecillas del reloj marcaban las 3:24 y un coche en la lejanía se oía llegar. Con un leve cerrar de los ojos suspiró para si, suspiró con un "por fin vuelves" y se metió en la cama.
Su perfume endulzado se había perdido y mezclado con algún que otro más varonil. Siempre, con la cara pegada a la almohada, se imaginaba la cara de aquel condenado que la tocaba, de aquel ejecutivo que tenía la mano más larga que su propia corbata. Sí, desde la oscuridad de su pequeño rincón, en la pequeña esquina de la cama se imaginaba destrozando su cuerpo con lo primero que encontrara al alcance, en esa oficina tórrida, de noche, pillándolos de lleno.

- Te voy a matar

Algunas veces era simplemente un boli bic, una pluma, cualquier objeto punzante con el que abalanzarse y arrancarle los ojos, las tripas y cualquier vestigio de humanidad. Dejarle hecho carne, carne picada.
En otras ocasiones en cambio simplemente le destrozaba la cabeza con cualquier pisa-papeles, o arrancaba un cable mientras veía arder su pene erecto. Luego se acordaba de las salchichas que podría comer mañana.
Cuando ella por fin se terminaba de arreglar para dormir, y cuando su respiración era pausada, lo suficiente para saber que no se despertaría. Su cuerpo se deslizaba lentamente por las sábanas hasta quedarse erguido a un costado de la cama.
Miraba cómo dormía, un rostro angelical sin tanto potingue barato. No quería despertarla asi que nunca la acariciaba, ni la tocaba. Simplemente se imaginaba cómo sería la vida con ella de nuevo a su lado, cómo hubiera sido con hijos, quizás en ese caso no le traicionaría y quizás tuvieran algún animal. Ella tenía 10 años menos que él y comprendía perfectamente todo lo que pasaba, lo veía natural.

Por eso mismo se levantaba cada noche y tras pensar en que otra vida sería posible, se bajaba los pantalones y se masturbaba

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