Me pregunto en mi agonía, qué habrá sido de todas aquellas mujeres a las que deseé con fervor y nunca pude saborear con mis labios como hubiera querido. Me pregunto qué habrá pasado con sus cuerpos y sus mentes. Si habrán alcanzado nuevos estratos y si por algún atisbo benévolo habrán pensando en mi como lo hago yo ahora. Simplemente como un si condicional sin sentido. Me gustaría verlas una vez mas para enamorarme de ellas de nuevo, para sentirlas en el pensamiento como mías y vivir mil aventuras con ellas, con cada una sin mediar en gastos mentales. Despertarme durante una temporada lo justo para poder comer, beber y regresar corriendo al cálido trono de mi cama. Volver a besarlas a todas en distintas épocas de mi vida, en distintos entornos y con cientos de personas nuevas. Niños, cáncer, el sexo, el amor (casi tan nocivo como el cáncer), y las caricias interminables a media noche, con la luna, las estrellas y unas cuantas copas de más. Seguiría haciendo esto sin descansar porque tanto me gusta soñar.
Pero, me pregunto si mi mente tendrá consciencia de los echos y no sabrá que ésto sólo le llevará a su propia destrucción. No sé si podré soportar cómo poco a poco me voy muriendo y sigo esperando con los ojos abiertos a que llegue. Cómo sigo soñando cada vez que escribo y rememoro toda mi vida. Larga vida para los pocos años que he tenido. Quizás la más larga vida jamás contada si hubiera vivido lo que escribí y lo que me escribieron las personas a las que leí.
Me pregunto también qué será de mis castillos, de mis inexpugnables fortalezas de cristal que se salvaguardaban de la tormenta lunática de la vida, del amor, del odio, del ser humano y de Dios. Me pregunto qué habrá sido de mi Dios. Si seguirá deambulando entre mis neuronas o, como yo, se está muriendo.
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Una historia más, un recuerdo más