Tragaba saliva como podía, ya áspera la garganta por tanto tabaco y alcohol. Se miraba de nuevo en el espejo, se quedaba ahí, de nuevo, mirando. Cada lágrima marcada en la piel, cada vieja vena en el ojo. Sangre y algo de bilis vital era lo que emergía de su mirada.
Se recogía las manos entre el frío, jugaba con la realidad de las esquinas y pensaba que la oscuridad se había olvidado por fin de él. Pero el único que no lo hacía, el único que siempre le recordaba lo que pasaba, era aquel reflejo revelador, cierto, perfectamente humano.
Siempre terminaremos siendo fantasmas de nuestros miedos. Esclavos de nuestras pesadillas.
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Una historia más, un recuerdo más