Se imponía un resquicio de luz entre tanta lóbrega soledad. Los rayos nacían imperiosos de las entrañas mas profundas mientras el cielo henchido de agua reventaba en gemidos contra la ciudad. Los arboles se estampaban contra una atmósfera cargada de electricidad, tan fuerte que había reventado las farolas y toda luz se había convertido en una almaragama de cristales rotos cubriendo las calles. Los escaparates habían desaparecido y los productos se esparcían por doquier. Nadie se atrevía a salir. Nadie se atrevía a respirar si quiera ante aquella desoladora imagen. Las ventanas se encorvaban hacia dentro por la fuerza de la lluvia y el respirar taciturno de las fábricas había quedado anegado por la tormenta. Solo se veía en el infinito una interminable sinfonía de truenos y rayos. Se oían cada vez mas cerca, se oían hasta con furia y gritos. Paso a paso la luz se convertía en algo mas cegador. Cada vez que caía uno lo sentías dentro de ti. Hasta que el siguiente fue a dos manzanas de aquí. Un primero destrozó el pararrayos, el segundo reventó las paredes despellejando así el rascacielos de arriba a bajo. El tercero destrozó las vigas y no quedó mas que ceniza en un esqueleto de metal.
Le siguió otro edificio más cercano y su fulgor dejaba ciego a quien lo miraba. Sólo quedaba meterse debajo de las sábanas, susurrar plegarias a los dioses y creer que podrían huir de la tormenta, sin saber que la llevaban dentro.
Desperté, asustado cuando el ultimo rayo destrozó mi edificio. Desperté y recordé que en el sueño estaba con ella, mirándome como si no pasara nada, como si en realidad eso no fuera real. Estaba ella dentro del sueño protegiéndome. Diciéndome con la mirada que terminaría como todo. Como un simple sueño de mala noche.
Volvía a la realidad y la tempestad de mi corazón seguía henchida de rabia. Seguía solo y desolado. Amargado por mi condición de escritor y soñador.
Dónde estás, Lucia
Sigues siendo tú.
ResponderEliminarHay cosas que no cambian, y quizá.. no deberían cambiar.