Diario de una historia

viernes, marzo 20, 2015

Escríbeme, me dije

Hace tiempo que no sentía cómo la escritura podía ser tan delicada y precisa en representar, con cuatro garabatos, todo un mundo. No recordaba la facilidad con la que se podía entremezclar la realidad con la ficción y escribir aquí mismo, las manos cuarteadas, levemente iluminadas por la pantalla del ordenador, moviéndose ágiles por el teclado esperando encontrar una luz hueca, un hueso ensangrentado, una historia nueva, cualquier cosa que le hiciera revolverse aún más. 
Manos suaves que sufragaban la única forma de sentirse vivo, la de sufrir a cambio de sentir. Manos suaves que desdibujaban con una sonrisa el viento caótico y lo plasmaban de nuevo como una leve brisa de verano, levantando un mundo entero de piedra.
Esas mismas manos que me hacían mentir - quise decir vivir - eran las mismas que sirvieron para matar. Y hace tiempo que no pensaba en lo delicado que podía ser esto.

Que en el fondo yo vine aquí sólo para algo que deberían hacer muchos: dejarte llevar por la imaginación sin una búsqueda concreta ni de fondo ni forma - sólo dejarte llevar, casi sin respirar - y dividir de alguna forma la vida y la muerte. Para volver a respirar fuerte y dejar todo el odio fuera de las vitrinas, que llevamos años tratándolas como trofeos. Tirarlas lejos. A donde los viajes no terminan, que ahí, entre las historias, es donde las necesitan.

Quizás estoy cansado de intentar huir de tanta realidad, o poesía. O quizás estoy intentando huir de las etiquetas. De las necesidades que tienen las palabras con esa consciencia de ser ellas mismas y no dejarse llevar. Simplemente por lo que sea. Dejarse llevar.

Y es que a veces siento que puedo destruir el mundo entero con tan sólo un sentimiento, un par de palabras bien dichas y alguna que otra mirada profunda. Y es triste pensar que puedes huir de alguna forma de todo esto que te rodea, y es triste querer pensar que no eres de aquí y saber que es mentira. Como casi todo.


Y al final, cuando intentas escurrirte como un bandido por las lineas, y así, a hurtadillas crees poder huir. Te queda un suspiro en el recuerdo y, te das cuenta que nunca habrá final.
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jueves, marzo 12, 2015

lunes, marzo 09, 2015

Disfruta con lo que haces

Quitó. Con una sutil gracia y demagoga lentitud las dos gotas de sangre que habían salpicado su delicado pañuelo rosa. Miró en derredor para cerciorarse de que nadie había conseguido ver aquella humillación. Y acto seguido, suspiró.
Comprendía perfectamente que hubiera que matar a tantas miserables criaturitas del señor cuando no servían para otra cosa que estorbar. A las piedras y a los vagabundos se les pega patadas. Pero a esta calaña hay que hacerles cosas distintas.
Se arrodilló ante aquella niña sollozando lleno de asco. Apenas podía respirar su inmundo olor de pobre, aquellos pelos grasientos y llenos de bichos. Por Dios. A veces le parecía raro que algunos no comprendieran lo que él hacía por los demás. 
  • Tú - Se tapó la boca - ¿Sabes por qué estás aquí?

Le calló una patada en la boca cuando se puso a llorar. Insolentes bastardos. No tienen educación.
  • Responde, engendro. ¿Qué haces aquí?
  • Yo... - No pudo más que echarse a llorar a sus pies, intentando proclamar algo de porfavor o algo de benevolencia. O cualquier cosa. Sin más.Por muy raro que pareciera no quitó a la niña de sus pies. Lo único que hizo fue agacharse con ella y cogerla de las mejillas. Mirarla profundamente a los ojos y volver a suspirar.
Y a respirar.
- Lo único que haces aquí es estorbar a las personas importantes de este mundo. Te pones ahí en medio de la calle y nadie puede pasar - le dijo lentamente, sin dejar de mirarla.- Tú simplemente estuviste ahí. Molestando. Como si esta vida fuera tuya. Como si tuvieras algún derecho. Y mi carruaje ha tenido que parar porque tu pequeño cuerpo me ha jodido la rueda. Y tú no tienes ni idea de lo que vale una rueda de esas ¿
verdad, mocosa?

Le vino un seco sabor a sangre y mientras lo estuvo saboreando fue acariciando la cabellera de la niña, aplastando con sus dedos las liendres y las chinches que había proliferado como gitanos en aquella jungla de pelos. Estuvo arrastrando la sangre de sus anteriores heridas, sopesando cuán grande sería su cráneo. Qué tan bien le quedaría colgando en uno de sus cuartos de juego. Y, como por arte de magia. Aquellas manos atravesaron el cráneo de la niña como si fuera papel mojado. Un pequeño crujido en una mañana de domingo. La dejó en el suelo y de su deshajado sueter salió rodando una pequeña manzana roja.

La había conseguido unos instantes antes. Y por eso estuvo despistada. Los domingos siempre iba a casa de unos grandes señores que tenían muchas tierras, caballos y personas ayudándolos. Y siempre que la veían pasar por la calle para mirar más de cerca los jardines. Ella se acercaba y la daba una manzana recién arrancada del árbol.
Estuvo muy contenta aquel día. Esta vez habían sido dos. Una era para su hermana.

Y claro. Aquel hombre, se quitó los pocos pelos que le habían quedado en la mano, las pequeñas esquirlas de hueso y recogió la manzana del suelo.

Se dirigió al mozo que llevaba los caballos y le dijo seriamente
  • Recuerda que nada debe tirarse


Y se la comió.

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