Diario de una historia

viernes, septiembre 18, 2015

domingo, agosto 16, 2015

miércoles, julio 22, 2015

Feminismo

Aún en contra de mi voluntad, viendo que realmente no tiene ningún tipo de objetivo (bajo mi punto de vista, claro está) hablar sobre esto, me predispongo a poner en estas lides lo que realmente pienso sobre esta nueva moda, por así llamarla, del feminismo.
Y es que no me gustaría ofender a nadie más que las miles de personas que ya lo han sido, más bien, me gustaría dejar claro que como tantas otras cosas, esta "fase" no es nada nuevo y lo llevan haciendo las mujeres durante siglos desde que la mujer es mujer y el hombre podía callarla de un garrotazo.
Alguien tiene que comprenderme. Es cierto que puede sonar a nuevo todo esto cuando alguien que no lleva ni una veintena sobre este mundo escucha hablar sobre ello. El maravilloso mundo de la igualdad, en donde hombres y mujeres son completamente iguales, no hay diferencias, todos somos iguales y únicos al mismo tiempo, caballitos de mar y unicornios-pedo-rosas. Y como siempre, desde hace ya más de dos milenios, el ser humano sigue una moda por condición gregaria más que por inteligencia propia. Ole ahí. Ole a todas esas niñas que leen cuatro cosas y regurgitan lo mismo en otro lugar pero con palabras distintas y creen haber descubierto el mundo. Ole ahí la adolescencia que se queja de los niños que aprenden una palabra y la repiten hasta la saciedad y ellos no hacen más que eso, repetir. Repetir y repetir.

El tema del feminismo es cierto que es un poco más complejo que cuatro doctrinas y dos o tres personajes importantes, que es un mundo, cierto, que es algo que ha cambiado el mundo desde siempre, antes sin nombre y ahora, con un nombre que sigue sin pegarme mucho. El tema del feminismo lo que realmente me cabrea, es que necesita una etiqueta para funcionar, como tantas veces con tantas otras cosas, que nadie se atreve a decirlo con otro nombre, a llamarlo igualdad, tener dos dedos de frente, a pararse a pensar, estudiar, averiguar y por último decir, ya con un poco de años en las arrugas, que eso de que todos somos iguales está obsoleto y nunca será cierto, por muy bonito que suene.

Que ya desde el principio la genética no es la misma, el cuerpo no es el mismo, desde que nacen su condición sexual no es que la tire a jugar al futbol, ni a limpiar ni a pollas en vinagre. Es que si estudiáramos, o viéramos un par de documentales fáciles comprenderíamos que el ser humano no se parece entre sí ni lo más mínimo, salvo cuatro extremidades y una cabeza que las mande, que los cerebros son distintos, que hay hombres sumisos al cien por cien que les encanta limpiar y tener todo organizado y que por Dios, son unos auténticos máquinas llevando la economía de la casa. Y del mismo modo mujeres que tienen lo estrójenos muertos y tienen más huevos y más poder de dominancia que cualquier otro tío que vaya por ahí.

Que no nos encasillemos joder, que estoy harto de ver etiquetas por aquí y por allá, estoy harto de ver gente que se encasilla en las antietiquetas, que sí, que es más sencillo todo con cuatro ideas básicas y tirar pa'lante sin mirar atrás. Que los hombres tienen sentimientos al igual que las mujeres, y lloran y ríen y que cuando bajan la mirada ven un par de huevos y un chorizo y su genética dice: FOLLATELAS A TODAS. Porque somos así, animalicos que siguen las costumbres, pero que del mismo modo podemos escoger y es posiblemente lo más bonito que tenemos, que no tiene nadie en todo este puto planeta. Podemos escoger entre seguir nuestra genética o decir: oh, mira tú lo que me pide el cuerpo, pero oye, no, no quiero hacerlo, prefiero otra cosa.

Venga, por favor, de verdad os lo pido, hay que pensar las cosas antes de ponerlas en la boca. Luchar, sí, por todo lo que querráis que sea cierto, pero luchar por tu causa propia, buscando afinidad y encontrando una verdad superior.
Porque o si no aquí nos podemos quedar otros dos milenios sin hacer nada nuevo.
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viernes, marzo 20, 2015

Escríbeme, me dije

Hace tiempo que no sentía cómo la escritura podía ser tan delicada y precisa en representar, con cuatro garabatos, todo un mundo. No recordaba la facilidad con la que se podía entremezclar la realidad con la ficción y escribir aquí mismo, las manos cuarteadas, levemente iluminadas por la pantalla del ordenador, moviéndose ágiles por el teclado esperando encontrar una luz hueca, un hueso ensangrentado, una historia nueva, cualquier cosa que le hiciera revolverse aún más. 
Manos suaves que sufragaban la única forma de sentirse vivo, la de sufrir a cambio de sentir. Manos suaves que desdibujaban con una sonrisa el viento caótico y lo plasmaban de nuevo como una leve brisa de verano, levantando un mundo entero de piedra.
Esas mismas manos que me hacían mentir - quise decir vivir - eran las mismas que sirvieron para matar. Y hace tiempo que no pensaba en lo delicado que podía ser esto.

Que en el fondo yo vine aquí sólo para algo que deberían hacer muchos: dejarte llevar por la imaginación sin una búsqueda concreta ni de fondo ni forma - sólo dejarte llevar, casi sin respirar - y dividir de alguna forma la vida y la muerte. Para volver a respirar fuerte y dejar todo el odio fuera de las vitrinas, que llevamos años tratándolas como trofeos. Tirarlas lejos. A donde los viajes no terminan, que ahí, entre las historias, es donde las necesitan.

Quizás estoy cansado de intentar huir de tanta realidad, o poesía. O quizás estoy intentando huir de las etiquetas. De las necesidades que tienen las palabras con esa consciencia de ser ellas mismas y no dejarse llevar. Simplemente por lo que sea. Dejarse llevar.

Y es que a veces siento que puedo destruir el mundo entero con tan sólo un sentimiento, un par de palabras bien dichas y alguna que otra mirada profunda. Y es triste pensar que puedes huir de alguna forma de todo esto que te rodea, y es triste querer pensar que no eres de aquí y saber que es mentira. Como casi todo.


Y al final, cuando intentas escurrirte como un bandido por las lineas, y así, a hurtadillas crees poder huir. Te queda un suspiro en el recuerdo y, te das cuenta que nunca habrá final.
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jueves, marzo 12, 2015

lunes, marzo 09, 2015

Disfruta con lo que haces

Quitó. Con una sutil gracia y demagoga lentitud las dos gotas de sangre que habían salpicado su delicado pañuelo rosa. Miró en derredor para cerciorarse de que nadie había conseguido ver aquella humillación. Y acto seguido, suspiró.
Comprendía perfectamente que hubiera que matar a tantas miserables criaturitas del señor cuando no servían para otra cosa que estorbar. A las piedras y a los vagabundos se les pega patadas. Pero a esta calaña hay que hacerles cosas distintas.
Se arrodilló ante aquella niña sollozando lleno de asco. Apenas podía respirar su inmundo olor de pobre, aquellos pelos grasientos y llenos de bichos. Por Dios. A veces le parecía raro que algunos no comprendieran lo que él hacía por los demás. 
  • Tú - Se tapó la boca - ¿Sabes por qué estás aquí?

Le calló una patada en la boca cuando se puso a llorar. Insolentes bastardos. No tienen educación.
  • Responde, engendro. ¿Qué haces aquí?
  • Yo... - No pudo más que echarse a llorar a sus pies, intentando proclamar algo de porfavor o algo de benevolencia. O cualquier cosa. Sin más.Por muy raro que pareciera no quitó a la niña de sus pies. Lo único que hizo fue agacharse con ella y cogerla de las mejillas. Mirarla profundamente a los ojos y volver a suspirar.
Y a respirar.
- Lo único que haces aquí es estorbar a las personas importantes de este mundo. Te pones ahí en medio de la calle y nadie puede pasar - le dijo lentamente, sin dejar de mirarla.- Tú simplemente estuviste ahí. Molestando. Como si esta vida fuera tuya. Como si tuvieras algún derecho. Y mi carruaje ha tenido que parar porque tu pequeño cuerpo me ha jodido la rueda. Y tú no tienes ni idea de lo que vale una rueda de esas ¿
verdad, mocosa?

Le vino un seco sabor a sangre y mientras lo estuvo saboreando fue acariciando la cabellera de la niña, aplastando con sus dedos las liendres y las chinches que había proliferado como gitanos en aquella jungla de pelos. Estuvo arrastrando la sangre de sus anteriores heridas, sopesando cuán grande sería su cráneo. Qué tan bien le quedaría colgando en uno de sus cuartos de juego. Y, como por arte de magia. Aquellas manos atravesaron el cráneo de la niña como si fuera papel mojado. Un pequeño crujido en una mañana de domingo. La dejó en el suelo y de su deshajado sueter salió rodando una pequeña manzana roja.

La había conseguido unos instantes antes. Y por eso estuvo despistada. Los domingos siempre iba a casa de unos grandes señores que tenían muchas tierras, caballos y personas ayudándolos. Y siempre que la veían pasar por la calle para mirar más de cerca los jardines. Ella se acercaba y la daba una manzana recién arrancada del árbol.
Estuvo muy contenta aquel día. Esta vez habían sido dos. Una era para su hermana.

Y claro. Aquel hombre, se quitó los pocos pelos que le habían quedado en la mano, las pequeñas esquirlas de hueso y recogió la manzana del suelo.

Se dirigió al mozo que llevaba los caballos y le dijo seriamente
  • Recuerda que nada debe tirarse


Y se la comió.

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martes, febrero 17, 2015

La soga

La soga pendía de una de las ramas como si me estuviera mirando, como si toda su vida hubiera sido para ese único propósito. No el matar a quien fuera que haya matado y liberarlo así de su condena, no, para nada. Parecía que su propósito era atraer a alguien, a mi. Era su elegida. 
La maldita mochila pesaba demasiado y estaba cansada de hoy. Tanto idiota junto con las neuronas efervecentes y las hormonas revolucionadas. Estaba cansada y la soga no me parecía más que una escalera hacia un lugar tranquilo donde descansar...
¿Qué idioteces estaba diciendo? Mis padres no me dejaría suicidarme. Ni si quiera me dejan cambiar de pintalabios sin cuchichear en la cocina sobre mi vida de gótica. ¿Por un pintalabios? En mi vida había pensado que pudieran ser tan extremistas y alarmantes. 
Claro que no me dejarían suicidarme. Eran mis padres y velaban por mi seguridad y mis elecciones para que no fallara en absolutamente nada. Siempre tan perfeccionistas.
En verdad si estuvieran aquí no hubieran dudado en probar la soga ellos mismos para ver si funcionaría con corrección. ¿Y si se rompiera y luego no tuviera más que un cuello torcido? Sería una especie de jirafa mal parida.
Terminé por acercarme al árbol y mirar de qué altura pendía la soga. Casi dos metros y medio, más incluso.
  • Crack. Y adiós todo. - dije entre dientes.

Me senté entre las ramas que sobresalían y me quedé disfrutando de los pocos rayos de sol que quedaba a esas horas del día. Intrigada aún por la soga y su historia. 
No había leído nada en los periódicos ni en las chusmas del barrio ni nada de nada. Como si alguien con alguna mente retorcida y macabra hubiera dejado esa soga simplemente para que alguien se sentara en las raíces del árbol y se pusiera a pensar por qué estaba ahí.

Y de pronto algo llamó su atención. Como lo hace todo en las buenas historias. De sopetón y sin ninguna razón. Bien hubiera podido irse tranquilamente y la soga se hubiera quedado ahí varada sin ninguna razón. Pero encontró un pequeño papel. Limpio, con una nota escrita en una perfecta caligrafía. Hermosa a decir verdad.


¿Por qué no lo intentas?


Me estuve riendo un rato. De la ironía en sí. Me estuve riendo como una loca hasta que vi que alguien me miraba.
Me levanté rápidamente y me alisé el vestido, me quité la suciedad y me ruboricé cuando aún me seguía mirando. A unos diez metros, penetrantemente. Demasiado penetrante.
Tendría unos 17 años, más o menos como yo, alto y con garbo. El pelo enmarañado le tapaba algo la cara y su sonrisa.
Sonreía. No sé muy bien por qué pero sonreía como un gato y se movía como un gato. Se movía hacia mi y no supe qué hacer. Di dos pasos hacía atrás y me topé espalda contra el árbol.

  • ¿Y ahora qué?
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lunes, enero 05, 2015

Todos queremos ser libres.


Estuvo paseando por el último pasadizo que quedaba antes de llegar a su casa. Como si esperase que en algún momento la propia ciudad le diera alguna razón para que se quedara más tiempo fuera, para que hiciera algo, cualquier cosa. Aquella tarde de invierno las nubes no querían desvestir el cielo y celosas del mundo se mantenían firmes, amenazantes. Como un gran ejército sediento de sangre.
Ojalá pudiera quemarlas. Pensó Ayla. Y estuvo relamiéndose los labios mientras pensaba en lo maravilloso que sería ver un cielo entero en llamas. El calor, los chillidos y toda la absoluta devastación que conllevaría. Negro sobre rojo. Sangre sobre asfalto. Un único y auténtico caos que pondría a todos en su sitio y dejarían ya de fijarse en estupideces como el culo, las tetas y el puto tamaño del móvil y empezarían a reemplantearse su forma de vida. Comer sería un poco más importante. Quizás. Preocuparse por vivir en vez de desperdiciar la vida.

No sé qué fue. Quizás algo de aburrimiento, un Dios perdido en su sino o quizás el mero destino. Pero después de divagar por toda la muerte y destrucción sus ojos se posaron en un pequeño mechero que estaba tirado en la calle.
La casualidad le hizo ver un zippo de metal, casi nuevo. Parecía que se acababa de caer de algún incauto que se lo había pillado.
“Son caros” Pensó. Excusándose. Como si no quisiera aceptar que el mechero no se había caído de ningún bolsillo y que estaba ahí para ella. Para lo que ella quería.
De golpe, echó el rostro para un lado, como si la hubieran abofeteado y no quisiera ser partícipe de esa macabra e ilusoria realidad.
“La vida no puede ser tan irónica.”De todas formas les tengo mucho miedo, quiero decir. Tengo pánico a esos mecheros. Tengo…”
Tiene gracia cuando Ayla se puso a pensar todo esto porque en su fuero interno se moría de ganas de coger el mechero y quemar al mundo. Pero antes incluso de pensarlo su cerebro había empezado a maquinar una sarta de mentiras y de estratagemas tan intrincadas que ni el mismisimo Sherlock Holmes sería capaz de destramar:

Las cosas malas no son buenas. Eso quema y hace daño. A la gente no le gustan las cosas que hacen daño. Y tú no quieres hacer daño a nadie, ¿verdad Ayla? Tú eres una chica buena que todo el mundo tiene que mirar, aceptar y querer. Todos te tienen que querer. Así que deja ese mechero ahí, donde está. No lo toques. No, si lo husmeas podrá ser tarde. DÉJALO DONDE ESTÁ AHORA MISMO. ¡¡TÚ NO DECIDES TU VIDA MALDITA PERRA!!

Fue demasiado tarde. La voz se fue perdiendo. Lo tenía en sus manos y le pesaba. Le quemaba la palma con un calor familiar. Como si no quisiera hacerle daño. Sólo marcar su presencia.
Terminó por darle la vuelta y sonrió. Ahí estaba, una pequeña inscripción en el metal nuevo. Una simple palabra:

FUEGO

Lo sintió todo. Cada bamboleó del metal entre sus dedos. La brisa del aire entre sus cabellos. Sus labios enrojecidos y el corazón bombeando sangre como una locomotora. Alzó el mechero al cielo y el mundo se quiso parar. Estaba en trance. No tenía miedo, ni vergüenza. Ni una estúpida voz que le dijera que parase.
El mundo le pareció pequeño.

Y el cielo empezó a arder.



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Caminantes