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A nadie le interesan los Domingos

Oh Dios...
Siempre pensé que debería haberme callado esos lunes por la mañana, cuando aún llevaba la resaca del exceso de tanta soledad. Los benditos Domingos y su sinceridad.
... en el fondo estamos tan solos.
En el fondo debería haber encontrado algo más que posos, que un grano de café mal prensado, mal hecho, con prisa, en el fondo de la taza. Porque siempre que iba ahí ese maldito barman tenía la misma cara de puta que todos los malditos lunes. Quizás era como yo, otro personaje cabreado con la vida que lo pagaba con cualquiera que llegara.
¿Pero por qué con el café?
Por Dios, con el café no.
Aunque... en el fondo, a nadie le importa, ¿no? Nadie hasta entonces, de todas esas cientos de personas le importaba lo más mínimo si su café estaba bien molido, si la tolva tenía exceso o no de humedad y las fresas seguían limpias, o algún que otro disgusto intragable había visto terminar sus días ahí. A nadie le importaba si la temperatura era la adecuada, a fin de cuentas era lo esperable de una máquina de hacer cafés, del precio y del local que, cómo no, estaba jodidamente bien puesto en este pueblo donde cada madre era familia de cada buen pastor.
A nadie le importaba, joder, y a eso me refiero. Era un jodido lunes de mierda donde no había ni una sola alma empapada de Domingo, porque no había Domingos para ellos, sólo Sábados y domingos, y una larga semana, como si se tratara de un día larguísimo en donde lo único que había que hacer era llegar al final, arañando la superficie de una felicidad efímera.

Oh Dios... pensé. A nadie le interesa el Café.

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