Diario de una historia

miércoles, septiembre 25, 2013

jueves, septiembre 19, 2013

Confesiones de amor

- Tengo menos de dos minutos para decirte todo lo que quiero que sepas de mi, y mírame- la cogió de la barbilla -, estoy aquí perdiendo segundos intentando ser cortés, diciéndote que las cosas se acaban para mal y que quizás no me de tiempo a ser yo mismo.
La chica se quedó mirando cómo aquel desconocido había empezado a hablar en un café abarrotado de personas usando sus Smartphones y perdiendo segundo a segundo la realidad que les pertenecía. La chica se apartó un poco, como precaución, pero las palabras de aquel chico con gabardina le atrajeron, le atrajeron como la propia muerte atrae a la vida. Y se dejó llevar.
- Puede que no comprendas bien lo que te quiero decir, no pasa nada, quiero que sepas que la realidad tampoco es tan importante, y que importa más lo que pienses sobre ella que lo que de verdad es. - Paró unos segundos, desalentado, como si su propia alma se desgastara con cada palabra. - Me gustaría quedarme aquí contigo, saboreando el perfume de tus manos cada vez que acaricias mis párpados y me pide que sueñe una vez más, que sueñe contigo hasta que seamos otros en otra realidad - y se atrevió con las manos. Ella no se apartó, ni si quiera se molestó. Simplemente acarició la tez hirusta de sus manos y se dio cuenta que temblaba; que quizás era cierto, que no era un desquiciado más en una ciudad demasiado grande.
- Me quedan treinta segundos y he repetido tantas veces este final que no creo que tenga otra salida. - La miró a los ojos, desalentado - Los segundos siempre son importantes, no creas que porque callo es que no quiero hablar, me muero por hablar contigo, me muero por saber qué opinas...
Cerró los ojos. La puerta del café se abrió y entró una persona de su misma complexión, algo más mundano, algo más real, que iba andando con los ademanes de un patizambo desgreñado, sin clase, sin personalidad. Pidió un refresco "Coca-cola ligth, por favor" y cuando se giró hacia ellos, lo último retazo que ella pudo oír fue:

- Invítame a un café

Mientras su perfil se iba desvaneciendo.
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sábado, septiembre 07, 2013

El eco de los patos

Se había despertado como cada mañana para preparase el desayuno, aunque esta mañana se sentía algo raro, algo distante de lo que le rodeaba. Aun así como siempre el café humeante ya estaba alado del periódico (aunque éste fuera de ayer) y el humo del cigarrillo acariciaba cada célula de su cuerpo. Era extraño que esta vez el periódico no dijera nada, como si no entendiera bien qué decían los titulares, o los pies de página. Ni si quiera los chistes tenían algo que enseñar.
Era un hombre sin preocupaciones así que dejó de un lado el periódico y se dedicó a observar los pequeños copos de nieve que caían hasta la ciudad desde la terraza en donde estaba sentado. Aunque no veía la ciudad, la veía como si se perdiera en una extraña niebla, demasiado densa para ser real. Se acomodó en la silla.
Se empezó a sentir extraño. Nunca le había pasado este tipo de cosas pero le aterraba la posibilidad de quedarse ciego. Era escritor de novela negra y se había pasado toda su vida leyendo.

- Menuda tontería

Al poco se dio de bruces contra el marco de la puerta e intentó incorporarse desde el suelo. No, el marco no estaba ahí. Y efectivamente, el marco ya no estaba ahí, porque tampoco podía verlo ya. Una densa niebla, al igual que con la ciudad, había ido cubriendo todas las habitaciones hasta dejarlo completamente sumido en un silencio dantesco.
Un miedo muy humano recorrió su espalda y se sintió como en una de sus novelas. Quién sería el que está ahí detrás, planeando todo esto. Se giró y se dio cuenta que la nieve seguía cayendo, y veía las rosas que tenía en el terraza, colgadas de la balaustrada, pero nada más.

Se fue guiando por la casa hasta entrar en el baño, ahí también aquella densa niebla se había adueñado de todo menos del espejo, que por casualidades del destino, estaba completamente limpio y nítido. Se puso delante de él.
Se suponía que tenía que estar delante de él.
Alguien tenía que reflejarse, pero no había más que un extraño sin sonrisa, sin ojos, sin nada que le delatara. Y fue cuando se acordó de aquel hombrecillo en el café de la esquina, de aquello que le dijo.

"Te levantarás un día y te darás cuenta de que ya no estás ahí"
- Y todo lo que te rodeaba dejará de ser tuyo - susurró él, para si, para sentirse aun vivo.

Tan acostumbrado estaba a la vida que ya no tenía sentido. Intentó sentarse en algún sitio, palpando cada esquina y cada pared. Sí, aquí estaba el suelo. La oscuridad de la niebla se volvía más densa. Había perdido el sentido de la vida. ¿Y ahora?
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jueves, septiembre 05, 2013

Gratuita Vanidad

Llevo moratones en el bolsillo de tanto guardarme recuerdos.

Y no, no me quejo de que me miren así cuando les pido que se marchen, sólo pido que con el paso del tiempo, 
al igual que con las pelusas, terminen debajo de mi colchón, como otros tantos monstruos 

que se cansaron de llamar patria 
a mis sueños
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miércoles, septiembre 04, 2013

A veces, también soy poeta

Que alguien me diga qué fue
de su lenta agonía
en los meses de septiembre

Que alguien me explique
(lo pido por favor)
donde quedó su alegría

Y que si algún día
en las noches de verano
llamará de nuevo
con un libro en el regazo

y un beso en las costillas
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Caminantes