Somos idiotas. Muy idiotas. Componemos una sociedad que se sacrifica como individuo para poder vivir feliz en colectividad.
Necesitamos como sea poder descargar la mala ostia de vivir en colectividad con mil otras actividades buscando paz: escalando una montaña, leyendo, buscando el silencio hasta en la misma oración hacia Dios. Vivimos en constantes vaivenes, viajes entre extremos y es entonces cuando nos preguntan que por qué nos deprimimos, por qué no nos gustan nuestros cuerpos, ni nuestras ideas. JODER. Es que es normal que no nos guste nada de eso, estamos perdidísimos y nuestro cerebro sólo busca una catarsis, algo a lo que agarrarse entre tanto maremoto. No entiendo cómo nadie se da cuenta de lo horrible que es cuando alguien supuesto como un igual te degrade. Te insulte. Te haga sentir inferior. No entiendo como algo tan sencillo pase desapercibido durante años.
Y eso que al final, todo termina en una liberación pobre. Un amor de lo que sea: de verano, largo o autodestructivo. Da igual. Buscamos con añoranza ese amor que no recibimos de nuestros padres cuando éramos pequeños. Buscamos fuera todo lo que deberíamos tener dentro. Y luego se rompe, y tú te rompes. Y odias y hablas mal, y te metes con la gente porque estás lleno de odio por toda la mierda que te ha pasado.
Y aquí es cuando te ríes, cuando en ese momento otra persona que está en tu misma cadena vital, pero en otro eslabón, te mira mal. Mira esta niña estúpida, con ese cuerpazo, guapa de cojones queriendo llamar la atención, que la mimen, que la quieran. Una buena polla es lo que necesitaría para que se le pasase la tontería.
Y nos volvemos fríos y, ¿Qué raro, verdad? Y está bien, no vuelvo a pedir calor, ni un abrazo, ni una mano ni una mirada de compasión. Está bien. Me quedo aquí en lo oscuro escupiendo mi sombra porque no merezco nada más.
Odiándome cada día un poquito más sin saber por qué.
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Necesitamos como sea poder descargar la mala ostia de vivir en colectividad con mil otras actividades buscando paz: escalando una montaña, leyendo, buscando el silencio hasta en la misma oración hacia Dios. Vivimos en constantes vaivenes, viajes entre extremos y es entonces cuando nos preguntan que por qué nos deprimimos, por qué no nos gustan nuestros cuerpos, ni nuestras ideas. JODER. Es que es normal que no nos guste nada de eso, estamos perdidísimos y nuestro cerebro sólo busca una catarsis, algo a lo que agarrarse entre tanto maremoto. No entiendo cómo nadie se da cuenta de lo horrible que es cuando alguien supuesto como un igual te degrade. Te insulte. Te haga sentir inferior. No entiendo como algo tan sencillo pase desapercibido durante años.
Y eso que al final, todo termina en una liberación pobre. Un amor de lo que sea: de verano, largo o autodestructivo. Da igual. Buscamos con añoranza ese amor que no recibimos de nuestros padres cuando éramos pequeños. Buscamos fuera todo lo que deberíamos tener dentro. Y luego se rompe, y tú te rompes. Y odias y hablas mal, y te metes con la gente porque estás lleno de odio por toda la mierda que te ha pasado.
Y aquí es cuando te ríes, cuando en ese momento otra persona que está en tu misma cadena vital, pero en otro eslabón, te mira mal. Mira esta niña estúpida, con ese cuerpazo, guapa de cojones queriendo llamar la atención, que la mimen, que la quieran. Una buena polla es lo que necesitaría para que se le pasase la tontería.
Y nos volvemos fríos y, ¿Qué raro, verdad? Y está bien, no vuelvo a pedir calor, ni un abrazo, ni una mano ni una mirada de compasión. Está bien. Me quedo aquí en lo oscuro escupiendo mi sombra porque no merezco nada más.
Odiándome cada día un poquito más sin saber por qué.