Diario de una historia

sábado, julio 09, 2016

Sociedad actual

Somos idiotas. Muy idiotas. Componemos una sociedad que se sacrifica como individuo para poder vivir feliz en colectividad.
Necesitamos como sea poder descargar la mala ostia de vivir en colectividad con mil otras actividades buscando paz: escalando una montaña, leyendo, buscando el silencio hasta en la misma oración hacia Dios. Vivimos en constantes vaivenes, viajes entre extremos y es entonces cuando nos  preguntan que por qué nos deprimimos, por qué no nos gustan nuestros cuerpos, ni nuestras ideas. JODER. Es que es normal que no nos guste nada de eso, estamos perdidísimos y nuestro cerebro sólo busca una catarsis, algo a lo que agarrarse entre tanto maremoto. No entiendo cómo nadie se da cuenta de lo horrible que es cuando alguien supuesto como un igual te degrade. Te insulte. Te haga sentir inferior. No entiendo como algo tan sencillo pase desapercibido durante años.

Y eso que al final, todo termina en una liberación pobre. Un amor de lo que sea: de verano, largo o autodestructivo. Da igual. Buscamos con añoranza ese amor que no recibimos de nuestros padres cuando éramos pequeños. Buscamos fuera todo lo que deberíamos tener dentro. Y luego se rompe, y tú te rompes. Y odias y hablas mal, y te metes con la gente porque estás lleno de odio por toda la mierda que te ha pasado.
Y aquí es cuando te ríes, cuando en ese momento otra persona que está en tu misma cadena vital, pero en otro eslabón, te mira mal. Mira esta niña estúpida, con ese cuerpazo, guapa de cojones queriendo llamar la atención, que la mimen, que la quieran. Una buena polla es lo que necesitaría para que se le pasase la tontería.
Y nos volvemos fríos y, ¿Qué raro, verdad? Y está bien, no vuelvo a pedir calor, ni un abrazo, ni una mano ni una mirada de compasión. Está bien. Me quedo aquí en lo oscuro escupiendo mi sombra porque no merezco nada más.

Odiándome cada día un poquito más sin saber por qué.
Foto de Mike Dowson

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jueves, junio 16, 2016

Sobre la verdad

Vivimos en aquel entonces una realidad que sólo podíamos aceptarla a toque de chupito en lo más profundo de nuestras almas. Corto y fuerte. Apenas nos daba tiempo a saborear las delicias del alcohol, de la reunión, del reír, del conversar y sólo nos centrábamos en eso, en el final. En la borrachera de nuestra vida.
Cuánto nos escandaliza el mundo que hemos creado. Desde la primera vez que dejamos correr una mala idea, porque muchos de nosotros lo habíamos hecho (dábamos por sentado que era lo correcto) no dejábamos de hacerlo simplemente porque nadie salvo nosotros mismos tenía razón. Y seguíamos, sin un atisbo de miedo por todo lo que podíamos hacer, por todo lo que queríamos beber, tan absortos en nuestra fuerza. Tan absortos en nuestra juventud.
Qué poco nos conocíamos.
Y seguimos borrachos muchos años después, claro, hay cosas que cuando se empiezan no se sabe bien cómo acabar, embelesados con las lides de un mundo corto, el mundo cercano que lo teníamos tan bien conocido.
¿Os imagináis que hubieramos parado entonces?.
Aquel hombre de repente alzó el chupito y se le quedó mirando. Dudó, miró a su alrededor: un hombre con la cabeza postrada en la barra mientras la camarera le echaba en la boca directamente desde la botella diferentes alcoholes. Dudó. No supo bien por qué pero dejó el chupito sobre la barra y en ese mismo instante envejeció, tantísimos años como pudo y no hubo más carreras, ni juventud, ni fuerza ni brevedad.
Aunque no tenía sentido.
Volvamos a reescribir esto:

Vivimos en aquel entonces nuestra única realidad. Porque nunca contamos nuestra historia como la hemos vivido.

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martes, junio 14, 2016

Recuerdos del ayer.

La luz del monitor reflejaba con su luz mortecina todos los rostros abosortos en el partido de fútbol que echaban esa noche. Unos jugaban contra otros, no entendía muy bien de ello pero imagino que se estaban jugando mucho. Les veía los rostros, tan fijos en los penalties, en las faltas, en la afición que gritaba como ellos a miles de kilómetros de allí. Ahí estaban las cervezas, algunas cuantas derramadas por la moqueta, los nachos y ganchos varios embadurrunaban la mesa y sus sucios dedos.
Yo en cambio, sentía de lejos la suave brisa fresca de verano, con el respingo desentonado de la melodía típica de la humanidad, los claxon, las ruedas del aslfalto en lo que parecía una carretera mojada ¿Cuándo me había perdido la lluvia?. Seguí dejándome llevar por el trumulante rumiar del mundo, me dejé imaginar recorriendo esas mismas calles mojadas agarrado a un cigarro, dejando una estela de humo y pequeñas sonrisas por lo curioso que me resultaba estar solo. Dejé las calles y me fui al campo, busqué la luna entre las nubes que habían ido desapareciendo, vi las estrellas y ahí me senté, junto al mundo; y al cabo de un rato, de una hora, una vida, un segundo, me di cuenta que había sido un viaje de mi imaginación. Todas esas pequeñas cosas que había dibujado con mi mente no eran más que eso, recuerdos bonitos de otros días.
Y joder, ¿por qué no podría hacerlo, aquí y ahora?. Por eso me levanté de golpe, me acerqué a ella y le dije:
- ¿Vienes a recorrer el mundo?
- ¿Qué? - preguntó atónita, dejando escapar una risa tonta.
Y me di cuenta lo estúpido que había sido cometer el mismo error de siempre. El error de no darse cuenta cuál era el mejor momento.
El partido terminó, supongo, aquellos amigos míos volvieron a hablar entre sí, me dirijieron la palabra como si no hubiera pasado nada, yo asentía. La cerveza seguía. Mantuve la compostura cuanto pude y una vez se fueron me acerqué a la ventana de mi habitación, sonreí para los entresijos de mi memoria y volví a ser sarcástico.
- ¿Vienes a recorrer el mundo? - qué pregunta más tonta le solté a la noche.



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lunes, junio 13, 2016

Donde soy feliz.

Es aquí, donde a veces soy feliz, entre las sábanas limpias de los domingos y los gatos jugueteando por los pasillos buscando un ratón que nunca hubo. Soy feliz a la luz del ocaso porque siento que un día más llega a su fin, pero no así mis sueños. Que me estremezco si oigo cómo alguien grita a la luna en plena penumbra de noviembre. Porque a mi me gustaría estar con esa persona, gritando también.
Soy feliz en los deslices de la ventura, en cada calada amarga de un tabaco de hoja negra. Sé que aquello me mata lentamente, como cruzar la carretera con los ojos cerrados, aunque sean las 5 de la madrugada y no se oigan coches por las calles. Soy feliz con el miedo sozobrando en mis sueños cada vez que te veo respirar. Y yo respiro también, cuando vuelvo atrás.
Donde a veces soy feliz es en los entresijos del tiempo que me guarda para sí, como un valioso regalo de la vida. Soy feliz porque perduro, aún con esta tormenta de arena azotándome las mejillas. Y no decaigo, ni desfallezco en mi locura de caminar eternamente. Y vuelvo a escribir, gritando al mundo todo lo que pienso cuando el mundo calla. Qué bonitos son los silencios de madrugada.
Y qué bonita te me apareces por la noche, con tu sonrisa aciaga, buscando con sueño toda la noche un cuento que te haga dormir.
Y desapareces porque sabes que ni eres sueño ni eres realidad. Sigues viva mientras te escriba. Aquí,
donde soy feliz.


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domingo, junio 12, 2016

Ian

Me he adentrado por completo en ese mundo raro que llaman los adultos como propio. El mundo real que tantas veces nos repitieron de pequeños hasta quemarnos los oídos. Vete tú a saber si lo habían hecho tantas veces por ese celo insano que les corroía al pensar que nunca podrían disfrutar de nuestro tiempo plácido de cuando somos niños. O vete tú a saber si después de tanto tiempo lo único que queda es un vacío lleno de odio. Lo único que escupes es odio, lo único que tragas es odio.
Y es curioso porque al adentrarme me he visto desaparecer poco a poco y convertirme en un engranaje más, viejo y usado que va rambleando con el rumbo siempre fijo. Todas las malditas mañanas a la misma hora tienes, no, debes levantarte para ir a trabajar con todo lo que ello repercute, con todo lo que había temido viendo las películas que había visto. "Yo nunca seré como ellos" "Yo siempre seré un rebelde"
Pero al final terminas aceptando que no hay otra salida fácil. Que tu tiempo de disfrutar las cosas a tu manera ya se acabó y que todo eso que te fuiste inventando con el tiempo se quedó en eso. Pura invención. Qué triste y trágico destino nos separa de la invención.
Y al rato te estremces. Y sabes que no es por el frío porque tienes una buena calefacción en casa, ni pasas hambre ni sientes tristeza porque todo en tu vida va por primera vez sin problemas.
Todo está en un perfecto equilibrio.
Pero te das cuenta que ya no eres especial. Que todo ese brillo que habías tenido desde hacía años y que te convertía en una persona diferente se ha ido difuminando cada vez más, y más. Te notas más gordo, más cansado. Con menos ganas de aguantar a nadie y te preguntas qué tan largo se va a hacer la vida si apenas eres un chaval para casi todos. Menos para ti.
Para ti estás acabado.
Por eso no sirve de nada levantarte e irte a correr, a pensar en otras cosas. Por eso el cine pierde sentido y las cenas en restaurantes caros. Los libros se te vuelven repetitivos, al igual que el aire que respiras. Pero de la misma mierda en la que te sumerges día a día con tus propios pensamientos renace algo parecido al amor. Renace cada día que le ves sonreir tirado en la cama, sin apenas saber hablar, en pañales y con la dentadura vacía; apenas una tímida lengua juguetea con el idioma. Claro que le sonríes. Le sonríes porque tu vida ha perdido la razón lógica que tenía antes para renacer con una nueva.
Y él te mira como todo.

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Caminantes