La soga pendía de una de las ramas como si me estuviera mirando, como si toda su vida hubiera sido para ese único propósito. No el matar a quien fuera que haya matado y liberarlo así de su condena, no, para nada. Parecía que su propósito era atraer a alguien, a mi. Era su elegida.
La maldita mochila pesaba demasiado y estaba cansada de hoy. Tanto idiota junto con las neuronas efervecentes y las hormonas revolucionadas. Estaba cansada y la soga no me parecía más que una escalera hacia un lugar tranquilo donde descansar...
¿Qué idioteces estaba diciendo? Mis padres no me dejaría suicidarme. Ni si quiera me dejan cambiar de pintalabios sin cuchichear en la cocina sobre mi vida de gótica. ¿Por un pintalabios? En mi vida había pensado que pudieran ser tan extremistas y alarmantes.
Claro que no me dejarían suicidarme. Eran mis padres y velaban por mi seguridad y mis elecciones para que no fallara en absolutamente nada. Siempre tan perfeccionistas.
En verdad si estuvieran aquí no hubieran dudado en probar la soga ellos mismos para ver si funcionaría con corrección. ¿Y si se rompiera y luego no tuviera más que un cuello torcido? Sería una especie de jirafa mal parida.
Terminé por acercarme al árbol y mirar de qué altura pendía la soga. Casi dos metros y medio, más incluso.
- Crack. Y adiós todo. - dije entre dientes.
Me senté entre las ramas que sobresalían y me quedé disfrutando de los pocos rayos de sol que quedaba a esas horas del día. Intrigada aún por la soga y su historia.
No había leído nada en los periódicos ni en las chusmas del barrio ni nada de nada. Como si alguien con alguna mente retorcida y macabra hubiera dejado esa soga simplemente para que alguien se sentara en las raíces del árbol y se pusiera a pensar por qué estaba ahí.
Y de pronto algo llamó su atención. Como lo hace todo en las buenas historias. De sopetón y sin ninguna razón. Bien hubiera podido irse tranquilamente y la soga se hubiera quedado ahí varada sin ninguna razón. Pero encontró un pequeño papel. Limpio, con una nota escrita en una perfecta caligrafía. Hermosa a decir verdad.
¿Por qué no lo intentas?
Me estuve riendo un rato. De la ironía en sí. Me estuve riendo como una loca hasta que vi que alguien me miraba.
Me levanté rápidamente y me alisé el vestido, me quité la suciedad y me ruboricé cuando aún me seguía mirando. A unos diez metros, penetrantemente. Demasiado penetrante.
Tendría unos 17 años, más o menos como yo, alto y con garbo. El pelo enmarañado le tapaba algo la cara y su sonrisa.
Sonreía. No sé muy bien por qué pero sonreía como un gato y se movía como un gato. Se movía hacia mi y no supe qué hacer. Di dos pasos hacía atrás y me topé espalda contra el árbol.
- ¿Y ahora qué?