Cierra la puerta despacio - le dijo - como si quisiera decirle todo lo que llevaba guardado durante el día. Y espera aquí, sentado.
Fue apagando las luces de la habitación, una a una hasta dejar sólo una pequeña vela encendida, en sus manos. Iluminando su cuerpo desnudo.
Claro que ella quería sexo, el sexo de las películas que tanto había visto, borrachos de alcohol y pasión, reventar las paredes a base de gemidos y arrancar cada tejido, de carne o cortina y no dejar mas que un intenso olor a sexo impregnando cada rincón de aquel lugar.
Pero eso ya lo había hecho con otros hombres, los había follado hasta dejarlos secos, hasta que temblaran como niños en un trozo del colchón. No, no quería hacer estragos con aquel hombre.
Por eso alzó la vela hasta su cara, para que viera cómo su lengua jugaba inquieta entre sus labios rojos. Sonreía, paraba, quería que se imaginase cada siguiente acto, cada segundo de después. Por eso bajo, entre sus costillas, acariciándola una a una, arañando su vientre y bajando un poco más. El contorno de su cadera se figura tostado, casi aureo.
Y él quiso entrar a tocar.
Quédate ahí, quietecito - le dijo - mientras se alejaba y mordía su cuello.
Ella misma se sentía arder. El corazón parecía volverse loco y nadie quería pararlo. Demasiada necesidad contenida. Pero aún así, le gustaba su nuevo juego.
Bajó la vela de nuevo, y entre las sombras titilantes pudo ver una mano que resplandecía lujuria, se volvió a tocar, a introducir brevemente los dedos, a hacerse brillar. Los gemidos se oían muy lejanos. Sólo había sitio para lo que la luz de la vela dejaba entrever. Unas manos firmes, fuertes, acariciaban su clítoris, la pasión empezaba a romper las reglas del juego y la luz se fue ladeando, perdiéndose.
Su mano empezó a tocar su propio pecho, su garganta, jugando con sus labios rojos. Lamiendose a si misma.
La vela terminó cayéndose y se apagó.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo contemplar cómo tragaba saliva.
Follame - le dijo
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Fue apagando las luces de la habitación, una a una hasta dejar sólo una pequeña vela encendida, en sus manos. Iluminando su cuerpo desnudo.
Claro que ella quería sexo, el sexo de las películas que tanto había visto, borrachos de alcohol y pasión, reventar las paredes a base de gemidos y arrancar cada tejido, de carne o cortina y no dejar mas que un intenso olor a sexo impregnando cada rincón de aquel lugar.
Pero eso ya lo había hecho con otros hombres, los había follado hasta dejarlos secos, hasta que temblaran como niños en un trozo del colchón. No, no quería hacer estragos con aquel hombre.
Por eso alzó la vela hasta su cara, para que viera cómo su lengua jugaba inquieta entre sus labios rojos. Sonreía, paraba, quería que se imaginase cada siguiente acto, cada segundo de después. Por eso bajo, entre sus costillas, acariciándola una a una, arañando su vientre y bajando un poco más. El contorno de su cadera se figura tostado, casi aureo.
Y él quiso entrar a tocar.
Quédate ahí, quietecito - le dijo - mientras se alejaba y mordía su cuello.
Ella misma se sentía arder. El corazón parecía volverse loco y nadie quería pararlo. Demasiada necesidad contenida. Pero aún así, le gustaba su nuevo juego.
Bajó la vela de nuevo, y entre las sombras titilantes pudo ver una mano que resplandecía lujuria, se volvió a tocar, a introducir brevemente los dedos, a hacerse brillar. Los gemidos se oían muy lejanos. Sólo había sitio para lo que la luz de la vela dejaba entrever. Unas manos firmes, fuertes, acariciaban su clítoris, la pasión empezaba a romper las reglas del juego y la luz se fue ladeando, perdiéndose.
Su mano empezó a tocar su propio pecho, su garganta, jugando con sus labios rojos. Lamiendose a si misma.
La vela terminó cayéndose y se apagó.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo contemplar cómo tragaba saliva.
Follame - le dijo