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Aún jugueteaba con la copa de cerveza mientras los demás seguían charlando. El ambiente estaba cargado con todos los puros que se habían regalado en la boda y el olor a vino caro. Borrachos la mayoría dejaban que sus ojos se hundieran como náufragos en los pechos que parecían escapar de todos los vestidos bonitos. Dejaban a los niños corriendo por cualquier sitio, recogiendo las cosas caídas y siendo libres como ellos sólo saben ser. Dos o tres se ensarzaron en una pelea por ver quién tenía razón de vete tú a saber qué. Los padres, al fondo, gritaron sus nombres y siguieron bebiendo, fumando y charlando.
Me miré las piernas. Eran bonitas, las volví a acariciar con disimulo mientras recordaba cómo hace pocos minutos unas manos firmes me las habían estado recorriendo. Los muslos aún temblaban recordando su tacto, su rápido jugueteo. Se me erizó la piel al sentir de nuevo sus dedos en la fina tela de las braguitas blancas que me había comprado para esta ocasión. Juro que mi intención era la más casta y pura. Yo sólo venía porque me habían invitado. Tenía demasiadas cosas que hacer como para ir a celebraciones de este estilo. Aunque en ese momento, me las podría haber quitado, podría haberlas arrancado de cuajo y podría haber arrastrado esa barba tan bonita suya hasta ahí. Lástima que la cosa no terminara como me hubiese gustado.
Ni siquiera sabía quién era la novia.
Sé que mientras jugueteaba con mis muslos intentó hablarme de ella, de la novia. Había dicho que era guapa, algo mandona pero buena mujer. Que se habían hecho muy buenos amigos pero que ya está, que él creía que se podrían hacer más cosas, que si se casasen el problema terminaría. Pero que no, que no podía vivir con ello.
- Somos una mierda en el sexo - me lo dijo al oído. Casi llorando, a medio grito.
Y no supe qué hacer. Me encontraba con el novio de la boda agarrandome las bragas. A un espasmo de arrancármelas, tirarme encima de la mesa y follarme hasta morir. Pero en cambio le tenía medio llorando en mi hombro, jodidamente perdido buscando algo dentro de mi que no iba a encontrar.
Me deshice como pude de sus manos y se las acerqué al cubata que estaba bebiendo.
- Es lo mejor que puedo darte - le dije amablemente.
- El alcohol nunca nos ha servido - repuso él
- No seas tonto. Es el frío del hielo lo que debería templarte.
Y me levanté lo mejor que pude. Me recoloqué las bragas y sentí que ya no podía hacer más en ese antro de mentiras.
También podría haberle dejado mi corazón, pensé, mientras esbozaba una sonrisa raída.
Llegué como pude hasta mi mesa pensando en todas las cosas que me habían pasado desde que mi hermana había muerto. En cómo había cambiado mi vida y cómo hace unos años le hubiera hundido la nariz a ese engreído si apenas me hubiera tocado. Y en cambio estaba aquí, jugueteando con mi cerveza.

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Una historia más, un recuerdo más